octubre 10, 2024

E. Danilo Pérez Zumbado

Es cosa común en vecinos y políticos repetir la crítica acérrima a personajes como los “Maduros, Correas, Evos o Lulas”, por su pretendidas re-elecciones en puestos de poder. La ironía es que varios de esos quejosos son los mismos que, cada cuatro años, en las elecciones municipales, votan repetidamente por la misma persona para la alcaldía. Es decir, acudimos cada cuatrenio, a la re-elección de los re-elegidos. En Costa Rica,  algunos alcaldes acumulan entre doce y veinte años de administración. Belén es parte del grupo de municipalidades que tiene el desafortunado privilegio de un alcalde machaconamente reelegido. Horacio Alvarado Bogantes de presentarse a las elecciones del 2020 podría alcanzar los dieciocho años en la silla ejecutiva. Este sinsentido ha llevado a algunos alcaldes a presumir que solamente saldrán de sus puestos, jubilados.

Una ley electoral permisiva y una red clientelar son suficientes para garantizar la reelección convertida en remedo de proceso democrático. Remedo, no sólo por quién y qué propone, sino por la incapacidad de los otros partidos y, desafortunadamente, por la existencia de un electorado, integrado mayoritariamente por consumidores electorales y no por ciudadanos. Consumidor porque vota por regalías o promesas: latas de zinc, becas Avancemos, bonos de vivienda,  paseos de la tercera edad, trabajos potenciales, etc. Votante que está lejos de exigir proyectos y transformaciones estratégicas en un cantón atenazado por el pulpo de los grandes intereses comerciales urbanos. Y, a la par, una porción significativa de abstencionistas que se debaten entre desidia y desilusión política. La mayor parte de ellos, jóvenes distantes de la crisis posiblemente por las razones anteriores y la incompatibilidad entre sus necesidades y lo propuesto por los políticos de turno. No obstante, conviene recordar un principio democrático: la dignidad ciudadana. Nos referimos a la cuota de libertad personal que el ciudadano concede a otro para que lo represente. Libertad que se expresa en el derecho al voto de manera que su emisión, omisión o desperdicio está indisolublemente ligado a su condición de ser libre. Quién vota por prebenda, negocia su derecho por unas pocas migajas; quien lo hace por costumbre regala su derecho de pensar y quien del todo no lo hace deja de lado su condición de libertad.

En Belén, es hora de cambio. Ya conocemos la leche que producen Alvarado y compañía. Llevamos más de diez años mirando el desempeño del aparato burocrático municipal en su más básica, para  no decir baja, expresión; ausencia de proyectos de envergadura que enfrenten las graves amenazas que nos circundan (contaminación, altísimos impuestos inmobiliarios, potenciales inundaciones, congestionamientos vehiculares, ausencia de límites inter-cantonales precisos, etc.), carencia de liderazgo para unir las distintas voluntades políticas, conformación de juntas directivas para disponer de asociaciones congraciadas y acciones y decisiones administrativas, ciertamente preocupantes (hace rato denunciadas por partidos, ciudadanos y prensa local) que, afortunadamente, hoy día, están bajo la lupa de la Auditoría Municipal. Los partidos políticos de oposición tienen la responsabilidad de presentar caras y propuestas alternativas y construir una gran alianza electoral basada en los mejores intereses comunales. Un pueblo que se precia de  excepcional no debe repetir el mismo error. Este cantón tuvo momentos memorables en la construcción de su destino. La participación y el entusiasmo comunales hicieron posible la construcción de obras deportivas, sociales y culturales de fuste. Estamos sumidos en un letargo. No fluyen ideas desafiantes sino ocurrencias. Ocurrencias como esas farragosas letras que dicen lo indecible: “Yo amo a Belén”. Dentro de un año, la ciudadanía de Belén tiene la responsabilidad de dar un golpe de timón. Es urgente un cambio en la Alcaldía.

 

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