Scalextric Santa Fe para una Navidad
Esa noche él entró por la puerta principal: mi padre, erguido y orgulloso, en sus brazos portaba un muñeco vestido de rojo, de barba blanca y una carcajada, que soltaba cada dos o tres minutos, un “¡jojojojo!”
-Sueña y pídele, él te dará un regalo.
Inmediatamente llegó a mi memoria, aquel soñado juguete que le daba vuelta día tras día a mi mente. Pues era una eternidad, la espera de aquella noche buena. Pasaron quizás treinta días marcados en el almanaque, hasta que, por fin el día, la noche, la fiesta, los tamales y le Zinzano, la sidra, la manzana y algunas escasas uvas acompañaron la mesa.
La alegría, la pólvora, contagiaba al resto de los niños, las posadas llegaron al viejo barrio de la línea; los cantos de villancicos, las castañuelas, maracas, guitarras y violines, las luces del parque se encendían por tradición.
De pronto la noticia se hizo presente: un veinticinco del doceavo mes por la mañana, corrí más que todos los demás niños hacia el árbol, nos preguntábamos: “¿esta?”, respondiera mi hermano “-no, en esta caja no”. Apresuradamente abrí, una tras otra y, ahí estaba: mi soñada máquina de vapor, aunque fuera eléctrico, otra parecía como sacada del cine escarlata con sus carros de carga, con pasajeros dibujados en sus ventanillas y sus estaciones correspondientes.
¡Sí! pero la infancia se marcha muy rápido de nuestras vidas, y algunas veces no nos permitimos la felicidad absoluta, hay recuerdos para armar un accidente, en la sala de mi abuela junto al portal, junto a otros niños, junto al árbol, con escasos días felices. Al poco tiempo de haber estrenado aquel gran sueño y de haber armado aquel gran regalo que mis padres nos hicieran.
Así es como nacen historias poco comunes, desperté esa mañana de verano, como lo hacía día tras día, correr hacia la victoria y, decir ¡ahí viene encendiendo con sus luces frontales y navideñas! con su silbato anunciando el cruce de vías, y seguidamente, viene la de vapor, pero para la sorpresa “-¡No está! ¿Qué pasó?”. Había desaparecido, quedé estupefacto. Se cayó mi infantil propuesta a la felicidad. Esa pequeña empresa jamás volvió a dar rastro alguno, quizás de ahí mi obsesión con los trenes, y como todo desaparece, en la máquina del tiempo, el viejo cucú sigue cantando a mis oídos, la voz del coro: habrá un tamal, o una pierna de cerdo al horno, un pavo algo pequeño, en mis pequeños recuerdos.
Estos relojes ya no tienen reparo, es más son de arena, según me parece y creo la felicidad alguna veces en la vida se nos esconde o disfraza de porquería.
Pero de algo sí estaré muy seguro y lo tendré presente, lo que hicieron mis padres por nuestra familia, y fe, fue algo maravilloso y aunque ya no estén presentes, en este doceavo mes, ni estén mis hermanos, ni la máquina de vapor en mi Scalextric, siempre estaré, en tiempo perfecto, para desearles a todos una ¡feliz navidad y noche buena!
Para todos mis queridos personajes.
*El autor es vecino escritor y poeta, vecino de San Antonio.