noviembre 24, 2024

No hay que ser analista político para darse cuenta que nos encontramos en un proceso electoral muy atípico. Al momento en que se escribe este editorial, estando a menos de un mes de las elecciones nacionales, es como si viviéramos días completamente ordinarios, si se le pregunta a un turista extranjero posiblemente ni se daría cuenta de que en pocos días el pueblo costarricense escogerá a su nuevo presidente.

Los motivos de estas elecciones con temperaturas bajo 0 tampoco son difíciles de encontrar. Los costarricenses nos encontramos hartos de quienes manejan los hilos del poder en este país; el escándalo de corrupción más grande de los últimos años, el famoso cementazo, vino a destapar lo que era un secreto a voces: el contubernio escandaloso con que políticos corruptos y empresarios deshonestos manejan la cosa pública para beneficio propio. Esta fue una vergüenza que pringo a los grandes partidos tradicionales del país y dejó manchados los tres poderes de la República.

También contribuye al desencanto el hecho de que pese a las promesas iniciales, durante los últimos cuatro años no se viviera un cambio significativo en el manejo del gobierno de la República, hay aspectos positivos que se le deben reconocer a la administración de Luis Guillermo Solís como el impulso, ciertamente tibio pero más decidido a la agenda de los derechos humanos, o el retiro del veto a la Reforma Procesal Laboral que ha permitido modernizar, para beneficio de las y los trabajadores del país, la Legislación Laboral, tan necesaria en un país donde se pisotean todos los días los más elementales derechos laborales en el sector privado, pero salvo esos pequeños detalles y algunos otros más, la política económica no se modificó y la pesada sombra de la corrupción cayó también sobre esta administración en el epílogo de su cuatrienio.

Hay que reconocer que estas situaciones no son nada motivantes y más bien producen asqueo cuando hablamos de política, pero al igual que ocurre con los problemas personales, no porque nos tapemos los ojos, los problemas desaparecerán. La peor respuesta que la población puede tomar ante tanta inmundicia es desentenderse por completo de las elecciones, si lo hacemos, estaremos –querámoslo o no– fortaleciendo el actual estado de las cosas y, más bien, le haremos un favor a todos esos corruptos que podrían seguir haciendo fiesta con uno, dos y tres “cementazos” más, si se les premia en febrero próximo dejando a sus fieles bases electorales que les elijan.

Algunos sostienen que el abstencionismo logrará desacreditar el sistema y finalmente derrumbarlo. A quienes defienden esta tesis, convendría que le dieran un vistazo al resultado final que tuvieron las campañas a favor de “no votar” en México durante el 2012 y en Chile en 2017. Por más abstencionismo, ni el sistema se cayó, ni quedaron “desacreditados” los cargos de los ganadores, Peña Nieto está por terminar su mandato y Sebastián Piñera está por comenzarlo respectivamente.

¿Qué hacer? Lo más racional es sentarse a estudiar los planes de gobierno de los partidos, conocer mejor sobre sus propuestas sin permitir que los grandes medios de comunicación actúen de filtro entre sus opciones a elegir, repase los currículum de quienes integran las papeletas, revisen los historiales de los partidos y si sus representantes han estado embarrados en casos de corrupción como el cementazo, decidan no votar por ellos.

Repetimos finalmente que usted, por más que decida no votar o votar en blanco, no logrará que con esto desaparezcan los problemas o se caiga el sistema, desentenderse también será una sentencia para usted mismo, ya que tal y como lo manifestó Platón “El precio de desentenderse de la política es el de ser gobernado por los peores hombres”.

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