enero 21, 2025
Misión en Sudán del Sur. Foto: Hermana Lorena Ortíz Arce.

Misión en Sudán del Sur. Foto: Hermana Lorena Ortíz Arce.

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En el año apenas iniciado, bajo la bendición y la gracia de la apertura del año jubilar 2025-2026, nos provoca con su lema: “Peregrinos de la esperanza”. Acojo la invitación fundamentalmente a profundizar dos realidades cristianas: una, la de ser peregrina, y la otra, la de ser portadora de una esperanza como heredera de una antigua bendición.

Como misionera, siempre me he identificado con el término peregrino; es una realidad cargada de significado. A menudo se aplica al caminante, pero en la Biblia se describe la experiencia de algunos personajes, como por ejemplo en el capítulo undécimo de Hebreos: Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac y Jacob, quienes son descritos como “extranjeros y peregrinos en la tierra”. “Extranjeros” significa literalmente forasteros, gente de una cultura y un lenguaje diferente. Los “peregrinos” son los que viven en una tierra que no es la suya, lejos de su propia gente.

En la Biblia, el término peregrino implica un viaje –viajar a su patria– y describe a los que “buscan una patria propia”. Los peregrinos bíblicos viven en otro país junto con la comunidad residente, pero no se integran plenamente en él. Son residentes transitorios que pronto irán a su patria. Pueden realizar grandes cosas para beneficio del país en el que viven (como hizo José), pero nunca dejarán de ser peregrinos.

Así lo experimento yo como misionera: vivo en otro contexto cultural, en Sudán del Sur, donde he llegado hace poco. Estoy apenas conociendo esta nueva cultura, es un modo diferente de interpretar el sentido de la vida. En este aprendizaje hay muchos silencios, muchas preguntas sin respuesta, mucho deseo de conocer y de entender. Pero el peregrino reconoce que hay un velo entre esa nueva realidad y lo que se lleva en el corazón, y que este no es un lugar de pertenencia, porque su verdadera patria no está en esta tierra.

Cada corazón es un peregrino que pasa por esta tierra buscando las huellas del Eterno, el sentido de su propia existencia y el camino de regreso a casa. Pero, en ese intermedio, suceden encuentros, y estos hacen posible la misión.

Ser portadora de esperanza, descubrir la esperanza dentro de la propia vida en este ser peregrina en tierra extranjera, significa recoger todo lo que se presenta en el camino, especialmente todo aquello que está incompleto. Aquello que no conseguimos aferrar del todo, las preguntas que surgen en el encuentro con los pueblos, los silencios, el sufrimiento, las lágrimas, el hambre, la orfandad, el abandono, la enfermedad, la muerte, la sed y la búsqueda infinita –y a menudo inconsciente– de sentido en la vida de las personas.

En estas realidades incompletas, no resueltas –expectativas, búsquedas, deseos, sueños, preguntas, etcétera–, esta vida se revela permeada de la presencia del Eterno que nos habita dentro. La esperanza alimenta la fe de que Dios está profundamente involucrado en todo lo que ha hecho y que Su presencia llena toda la tierra.

*Misionera Comboniana en Sudán del Sur.

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