María del Carmen Cerdas Arias: nuestra madre reina
Wendy Bejarano Sánchez
El primer recuerdo que tengo de mi abuela es verla sentada frente a su máquina de coser, una de esas antiguas que se manipulaban con un pedal y que, durante años, la tuvo en un pequeño cuarto de pilas en su adorado jardín trasero. Ahí entre las gallinas y gallos de mi abuelo es donde recuerdo verla por primera vez cosiendo, labor que me parece le gustó toda su vida, pues hasta pocos días antes de fallecer seguía tejiendo.
Mi abuela era una señorona de baja estatura, pero increíblemente imponente, de una mirada fuerte enfatizada con un ojo de otro color que había ido perdiendo por la costura, era de un mirar penetrante caracterizado por aquellos que han tenido que hacerse fuertes por las pruebas de la vida y, en su caso, eso era real.
María del Carmen Cerdas Arias nace en Heredia el 29 de mayo de 1922, hija de Guillermo Cerdas Bonilla, trabajador de construcción, e Isolina Arias Zumbado, quien era maestra. Siendo adolescente perdió a su madre y para colaborar a su padre de inmediato se entregó a cuidar al más pequeño de sus cinco hermanos a quien protegió toda su vida con instinto maternal.
El amor le llega también a temprana edad cuando conoce a Javier Sánchez Borbón, durante unas actividades realizadas en la provincia herediana, con él
contrae nupcias y pasando apenas la mayoría de edad se traslada a Belén e inicia junto a su esposo una extensa descendencia en los que se cuentan más de diez hijos en vida, uno fallecido en su niñez y varias pérdidas.
En un ambiente muy humilde los va criando al lado de Javier, a quien acompaña fielmente en su labor de ayuda en pro de la salud belemita atendiendo desde 1948 la botica “La Principal”, eso sí, siempre atenta a atender tanto sus labores hogareñas como de atención a los pacientes que los visitaban el que se convertiría en el primer consultorio médico del cantón de Belén.
Con un porte elegante de esas hermosas mujeres heredianas, mi abuela saludaba a las personas belemitas que la encontraban y que nunca dejaron de agradecerle sus servicios y los de mi abuelo hasta los años 80 cuando una enfermedad terminal se llevó a su compañero a la eternidad. Para mi abuelo, su “gata” como le llamaba fue su compañera toda la vida; incluso, el último de sus días pidió a sus hijos los dejaran a solas para poder despedirse del mundo junto a ella.
Recuerdo a mi abuela guardándole luto y quizás fue durante los únicos años en que no la ví vestir esos trajes de colores que tanto le gustaban, su maquillaje fue impecable desde sus labios hasta las uñas, así como su gusto por los accesorios que la convertían, a nuestra vista, en un tipo de mujer de la realeza. De las ocasiones en que la visité siendo niña, usaba un delantal para sus quehaceres pero siempre su vestido debajo de manera elegante.
Pienso que esa muchacha herediana siempre soñó con hacer algunas otras cosas, me imagino a mi abuela viajando, pues aunque tuvo una vida sencilla siempre le gustaron las comodidades y las cosas hermosas para su hogar y para ella misma.
Durante muchos años, la vi como una abuela diferente, entre tanto hijo y nieto a veces se le hacía difícil distinguirnos, conmigo fue amable pero seria, eso sí, nunca dejó de interesarse por lo que cada uno hacía y nos íbamos convirtiendo, abuela fue para cada uno un ser distinto. Tenemos la dicha de que cada miembro de la familia tiene una visión y anécdotas diferentes de esta magnífica y fuerte mujer; sin embargo, todos coincidimos en su fortaleza, su ímpetu por vivir, su elegancia, su compromiso con las tareas que se le asignaron, su fe y, sobre todo, porque, quizás quiso hacer y tener muchísimas otras cosas en su vida, pero su mayor tesoro fue esa sensatez de seguir adelante con lo que se tenía, sin perder nunca la mirada impenetrable de lo que era para mí…una reina madre.
El trabajo humano está concluído abuelita, sigue el estribillo de tu canción favorita “pajarillo pajarillo…vuela por el mundo entero”.