abril 19, 2024
Imagen con fines ilustrativos.

Imagen con fines ilustrativos.

La tarea de alimentar y nutrir a los hijos, las hijas y aún a otras personas que por su condición  son dependientes de otros, se ha recargado históricamente en las mujeres. Esto, obviamente,  ha traído consecuencias negativas para éstas últimas, porque el asumir esa responsabilidad  implica mucho trabajo y un gran desgaste físico y emocional. Por otra parte, esa responsabilidad  sobrecargada en las mujeres, ha permitido que ellas establezcan vínculos emocionales mucho  más fuertes con su prole y, en general, con las otras personas. 

Los hombres, por nuestra parte, a cambio de esto hemos logrado satisfacer otros deseos, como  lo son el de acceder a los medios de producción, al trabajo remunerado, a los espacios públicos,  a la realización profesional, a la educación superior, entre otras cosas, de forma mucho más  sencilla que las mujeres. 

Los tiempos modernos, sin embargo, nos exigen aportar a la lucha por la igualdad de derechos  para hombres y mujeres y a ceder en nuestros privilegios históricos para permitir, a través de la  corresponsabilidad en lo doméstico y en el cuidado de las personas que nos necesitan, que las  mujeres también puedan acceder a esos espacios y medios que son fuente de riqueza material y realización personal. 

Esto, visto con una mente abierta y un corazón dispuesto, puede ser la gran oportunidad para  que los hombres accedamos, por nuestra parte, a esos bienes inmateriales que hemos  despreciado y subvalorado, siendo quizá nuestra mayor fortuna. Me refiero, por supuesto, a la  posibilidad de acercarnos con mejores muestras de afecto y mayor cantidad y calidad de tiempo  a nuestras hijas e hijos, nuestras parejas, nuestra familia extendida, nuestras amigas y amigos,  en fin, a todas las personas y seres dispuestos al intercambio afectivo con nosotros. Puede ser  también la posibilidad de reclamar nuestro derecho a la ternura, a la sana caricia, al llanto, al  miedo. En síntesis, a la vivencia y expresión de nuestra emocionalidad en todo su caudal. 

Vivir en los días que nos ha tocado hacerlo, en este siglo que está apenas en su primer cuarto,  puede significar para muchos la mala suerte de convivir en una sociedad que, de forma muy  lenta sí, ha empezado a darle el lugar que corresponde a las mujeres, en detrimento de los  privilegios que gozamos por milenios. Para esos, parte de su vida significa oponer resistencia  ante los progresos, lentos pero firmes, de quienes siguen estando relegadas y oprimidas, pero 

avanzan firmemente desde la rebeldía. Para otros, este estado de las cosas ha significado la gran  oportunidad de empezar a abandonar el contenido tóxico del rol que nos impusieron y que nos  ha dañado hacia adentro, en la relación con nosotros mismos y hacia afuera, en la relación con  las otras personas. A estos últimos yo les llamo, hombres nutricios. 

El hombre que se construye en una masculinidad nutricia no es una persona que se ha  desprendido radicalmente de su machismo (creo que no hay manera de lograr esto en su  totalidad), es un ser que está siempre en la búsqueda, que hurga en las redes, en los textos (sean  escritos o expresados de otra manera), en sus adentros, en el espejo que son las otras personas  y en cualquier otro lugar que le acerque a su propia y única manera de vivir su masculinidad. 

Es nutricio porque, a diferencia del hombre tóxico, que se enferma y enferma su entorno, éste  se alimenta emocionalmente y es fuente que emana afecto, cariño, amor, convivencia, ternura,  alegría, fortaleza, entre muchas otras emociones y sentimientos que nutren y sanan. 

Es por lo general una persona más libre, menos cargada de mandatos sociales, más alegre y  accesible. Es casi siempre un mejor padre, mejor hermano, mejor pareja, mejor amigo…Es un  hombre que atrae, como un grifo de agua, a quienes tienen sed de esperanza, afecto y atención. 

Hombres nutricios: Seamos muchos, seamos más; sanemos y ayudemos al mundo a sanar.

 

*El autor es Psicólogo 

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