abril 27, 2024

Foto tomada por El Guacho meses antes de que demolieran la casa de los Arias

E. Danilo Pérez Zumbado.

Como si de una saga se tratara, escribo nuevamente sobre el patrimonio material de Belén. No somos excepción sino parte de la cultura del desprecio patrimonial que caracteriza a Costa Rica.

Estamos imbuidos profundamente en la idea de progreso material propia de la visión de “civilización” francesa, de la cual nos habla Norbert Elias en su libro El proceso de la civilización.

Los ejemplos sobran en cualquier pueblo del país. Recordemos, en San José, la destrucción del Palacio Presidencial, de corte neoclásico, en 1949 para construir el Banco Central y la pérdida de la Biblioteca Nacional, en 1970, para establecer un parqueo público.

En nuestro cantón, habíamos escrito en la sección “La Máquina del Tiempo”, la criticable inclinación de algunos de nuestros dirigentes a destruir edificios insignes, como la primera iglesia colonial y la construida en 1940 para dar lugar a edificaciones modernas.

Recordemos la eliminación del toril, aledaño a la Estación del Ferrocarril, para edificar una estrecha parada de buses, cuya vida útil no pasó de diez años y pudo haberse construido en cualquier lugar. Un personaje de aquel entonces me decía que la Jefatura Política, hoy Casa de la Cultura, era un armatoste viejo que había que derribar para erigir un edificio de tres pisos.

La arquitectura colonial de Costa Rica es mísera, comparada con Nicaragua y Guatemala, dada su ubicación y función en el antiguo Reino de Guatemala. A esta carencia, se suma la trágica suerte de las pocas edificaciones neoclásicas o barrocas, que le dieron a la capital cierta presencia.

Quizás exista, no obstante, un intento subrepticio de aminorar el sentimiento de culpa con esa tendencia a circular fotos del pasado. Sobresalen, en Facebook, la página Fotos Antiguas de Costa Rica y, en nuestro modesto cantón, Fotos Antiguas de Belén. Sin embargo, tampoco aportamos mucho con esta buena intención, si ni siquiera tenemos un programa y sitio en el cual preservemos técnicamente este patrimonio fotográfico.

En la columna anterior, nos referimos a los “Pecados de Pedregal”, en el sentido de la destrucción ambiental y de edificaciones icónicas de la Costa Rica cafetalera. No tendríamos que esperar mucho para ser testigos de la “Caída de la Casa Arias”, vieja morada de adobes ubicada en Calle Flores.

Esta casona contaba con los atributos simbólicos de la Costa Rica rural y campesina. Su disposición, arquitectura, utensilios y presencia nos revelaba, con nítida claridad, el modo de vida de nuestros abuelos y abuelas.

Pocos años (para no decir meses) atrás, podíamos ver a alguno de los hermanos Arias sentado, en el corredor volado y frontal, mirando el transcurrir de las tardes como si esperara, sin remedio, el paso de las carretas o el grito amigable de un transeúnte.

Tan pronto murió su último dueño, los herederos, movidos, no sé, si por una necesidad o avidez de dinero, mandaron el primer tractor disponible y convirtieron más de cien años de vivencias y memorias en una pila de escombros.

No juzgo el acto personal. Me duele, sin embargo, saber que puede ser el destino de las pocas casas de adobe y madera artesanal que están en pie, y más me duele que la Municipalidad de Belén, responsable primera del patrimonio cultural del cantón, no disponga de una política que haga posible recuperar al menos uno de tan preciados valores culturales e históricos.

El poeta Alfredo Cardona Peña dijo en una ocasión: “Demoler edificios ‘ancianos’, cuando estos han sido de utilidad pública, es un crimen de lesa urbanidad. Es tan grave como talar un árbol que ha dado paz y sombra a muchas generaciones”. 

*Historiador, Catedrático de la Universidad Nacional y vecino de Calle La Labor

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