marzo 28, 2024

Ariel Foster Perez*

Costa Rica tiene la fama internacional de ser uno de los países más felices del mundo y ¿cómo no?, si somos el país del ¡pura vida!, el de las playas hermosas y montañas paradisiacas, gozamos además de una democracia estable y de una institucionalidad pública envidiada por muchos pueblos del orbe. Sin embargo, nuestro país carga con una sombra que todos queremos ignorar: el suicidio. Las estadísticas muestran al respecto que  ello se ha convertido en un problema de salud pública y por ende un síntoma más por el que debemos luchar.

Tanto el deseo como el acto de acabar con nuestras propias vidas nos han acompañado como humanidad a través de la historia. El suicidio es siempre un acto que responde a situaciones multifactoriales. Tiene su raíz en la perdida de aquello que nos anclaba al deseo, dando sentido y valor al vivir. El desear es tan vital para el ser humano como lo es el bombeo de sangre o la respiración, el desear moviliza y motiva a resistir la vida, es por sí el acto de rechazo a la muerte.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) reporta que al año, en el mundo, alrededor de un millón de suicidios serán consumados, porcentaje mucho mayor de muertes que los que se producen por las guerras. En Costa Rica según cifras del Organismo Investigación Judicial (OIJ), durante el 2014 el 85 % de los suicidios fueron realizados por personas entre los 18 y los 64 años, es decir, personas en edades productivas. La misma estadística no revela que el 46 % de estas muertes responden a personas entre los 10 y 34 años. Para 2015, de las 328 muertes por suicidio, 101 personas tenían entre 20 y 35 años, 44 eran menores de 19 años.

Como muestran las estadísticas, en los últimos tres años porcentajes importantes de suicidios han sido consumados por jóvenes. Una juventud suicida es síntoma de que algo no anda bien en nuestra sociedad. Ante esta situación brotan algunas preguntas: ¿qué nos roba el deseo?, ¿a qué aspiramos que tanto nos frustra?, ¿qué estamos viviendo las personas jóvenes que la percepción de nosotros mismos, de lo que somos y deseamos ser choca tan trágicamente con la vida y nuestras historias?, ¿a qué se está condicionando el divino tesoro que su precio es aún mayor que nuestras vidas?, ¿quién determina nuestro valor? Y si lo sabemos ¿cuál es el nuestro?, ¿ante quién debemos demostrarlo?

En Costa Rica, entre los múltiples causales de suicidio, existe un factor que en nuestro contexto social acumula cada vez más adeptos,  me refiero al de los problemas económicos. Para efectos de esta reflexión no deberíamos entender economía únicamente como producción, intercambio, distribución y consumo de riqueza sino hacer visible que la economía ya no distingue entre la administración de lo íntimo y lo público, por tanto, es capaz de permear, también, lo más íntimo de nuestro ser: los sueños, los anhelos, el deseo…

Entendido esto, Es posible abordar el suicidio como una condensación de problemas económicos de nuestra sociedad, donde nos enfrentamos a lo que nos hacen desear ser y lo que somos, violencia que no siempre es explícita. Frente a ello debemos respondernos como juventud cuáles son nuestras esperanzas y cómo podemos representarlas.

*El autor es estudiante de Teología de la Universidad Nacional

Aclaración: La sección de opinión de este periódico es libre e independiente; por esta razón, El Guacho no se hace responsable de las opiniones emitidas y no necesariamente las comparte.

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