mayo 5, 2024

Nora Zumbado Zumbado: la primera mecanógrafa belemita

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“Estoy muy orgullosa de Belén, porque es un pueblo muy ordenado. La familia se mantiene, no hay pleitos. Me siento feliz de haber nacido en mi pueblo”

Nora Zumbado Zumbado en la terraza de su casa. Foto de Roberto Rodríguez Sánchez.

Nora Zumbado Zumbado en la terraza de su casa. Foto de Roberto Rodríguez Sánchez.

Eran los años 40, Belén era un pueblo donde la existencia de computadoras se veía muy lejana, casi que impensable. 

El servicio de transcripción de textos al público en general era inexistente, lo cual Nora llegó a cubrir cuando aprendió el oficio.

“En esos años, en las escuelas daban asignaciones; entonces, los chiquillos llegaban a que les pasara el trabajo. Casi no les cobraba. Últimamente, me fueron llegando trabajos más grandes de estudiantes de colegio y de universidad”, relató. 

Por más de 15 años, Nora brindó el servicio. Al principio escribía con una “máquina vieja” – como la describió – de marca Remington. Al tiempo, pudo comprarse una nueva máquina de la marca Smith Corona.

“Pedía que me trajeran las copias. Fíjese usted qué paciencia. Tenía que hacer los cuadros, y cuando eso, con los cinco dedos iba marcando. Por ejemplo, para hacer un cuadro, contaba los del medio, los que eran más, los numeraba y de ahí sabía que al empezar el cuadro me daba. Después los volvía y hacía la raya”, descató.

Además, le realizó trabajos a varias maestras, a quienes les hacía los stenseres. Estas eran unas hojas largas con fotocopia. “Uno sacaba la copia a máquina, luego lo llevaban a la imprenta y sacaban las copias”, recordó.

Nora empezó cobrando  a 15 céntimos la hoja; luego, fue subiendo a unos 1,5 colones. 

El aprendizaje del oficio

Nacida en Belén el 21 de setiembre de 1932, Nora fue la menor de los 12 hijos de Ignacia y Enrique Zumbado, y acudió hasta sexto grado de la escuela.

“En aquel tiempo no había colegio en Belén. Como había tren, dos de mis hermanos tuvieron la idea de que podía viajar a una escuela comercial; entonces, entré a una escuela que se llamaba la “Escuela Gre”, mencionó.

En la escuela comercial, Nora aprendió mecanografía de la mano de la profesora Oliva Robleto. Además, también mejoró sus habilidades en ortografía, ya que sus bases eran malas, según comentó.

“Cuando saqué el título, volví a casa. Mi mamá era muy estricta y, como habíamos tantos hermanos, no me dejó trabajar en la oficina ni en nada, sino el trabajo en la casa”, agregó. 

Luego de hacer el oficio, Nora empezaba la jornada de transcripción de textos a las 9 a.m., e iba finalizando hasta las 9 p.m.

“Tenía que concentrarme, no distraerme, no pensar en lo demás, estar concentrada en lo que estaba haciendo para no equivocarme. Siempre fui muy detallista porque si yo hacía una cosa la hacía bien hecha. Prefería volverla a hacer si estaba mal hecha”, mencionó.

“Fíjese que me llegaban trabajos de universitarios con una ortografía pésima, cosa que yo, a pesar de no haber estudiado tanto y que de muy joven la había tenido fea, yo la practiqué y la aprendí bien”, relató.

El ocaso de las máquinas

Durante un paseo que realizó a Canadá, a Nora le hablaron sobre las computadoras, que ya estaban sustituyendo a las máquinas de escribir.

“Cuando regresé, al tiempo, tenía un hermano salesiano y me dijo: – Nora te voy a llevar una computadora. En ese tiempo papá y mamá tenían cierta edad, mis tías eran muchas. Entonces, yo le dije: – No, hay mucha edad aquí, mucho enfermo y no me voy a poner a estar aprendiendo a la computadora. Mejor no”, comentó. 

A pesar del cambio tecnológico y de asumir el cuido de las personas adultas mayores de su casa, Nora continuó escribiendo a máquina y transcribiendo trabajos universitarios.

Su vida

De niña, cuando estaba en la escuela España, jugaba escondido y suiza en los recreos. De esta institución recuerda a las maestras Otilia Campos, Lila Morales y al profesor de música, Ricardo González.

Durante las vacaciones, jugaba con las vecinas en la calle del frente, sin carros, sin peligros. Beatriz González, y Berta y Leticia Alvarado eran las amigas con quienes se divertía, recordó.

La lectura de novelas es de lo que más le gusta hacer. Óscar y Amanda fue de los últimos libros que leyó. Este hábito de lectura lo adquirió a partir de cuentos que le traían sus hermanos mayores.

“Acá era un pueblo muy tranquilo, mamá era muy estricta y no me dejaba salir. Con la mecanografía me entretenía, de eso fue que nunca tuve novio”, comentó. 

Con más edad, viajó a Canadá, España, Italia, Francia y Tierra Santa, de donde recordaba los olivos y el lugar donde nació Jesús.

“Estoy muy orgullosa de Belén, porque es un pueblo muy ordenado. La familia se mantiene, no hay pleitos. Me siento feliz de haber nacido en mi pueblo”, finalizó.

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