abril 19, 2024

La maldición de las cuatro esquinas IX: Al caer Juan vio en un leño la huella reseca de otra sangre

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E. Danilo Pérez Zumbado.

Años después, hechos de la guerra de 1948, aparentemente muertos,   renacerían como  animales que  inviernan y saltan de sus madrigueras cuando la nieve desaparece. Un viernes, mientras trabajaban en un tramo de plátanos en el Mercado de San José, Juan le preguntó a Otoniel si asistiría el 11 de febrero a las fiestas de la virgen de Lourdes en San Antonio. El segundo contestó que sí y sugirió a Juan que no lo hiciera. “Mira, los Flores llegan mucho al pueblo y mejor evitar enfrentamientos”.  Durán no se inmutó y  dijo que nadie lo detendría. El 10 de febrero, Ezequiel tenía que descargar una carreta de leña, ofrenda a la parroquia, al frente del Teatro Belén. Al terminar tuvo la suerte de ensartarse una astilla en la mano; unas gotas de sangre cayeron sobre un leño de madero negro.

El día 11, Juan salió temprano a San Antonio. Zapatos lustrados, pantalón beige, camisa blanca con garabateadas en negro y  mangas largas arrolladas hasta los codos. Llegó antes del mediodía en la cazadora de las once. Desde la pulpería, “Tavo” apenas lo miró pues doña Carmen lo tenía atribulado con tanta quejadera. Juan pasó frente a la estación del ferrocarril y recaló en la cantina de Lito. “Dame un trago con sangrita, el cielo está despejado y la tarde pinta bonita”. Lito acomodó sus lentes como queriendo reenfocar una imagen difusa. Juan pidió  un trago más y se sentó frente a la ventana de la calle principal; alguien afuera alzó el brazo y gritó “hola Juan, ¿cómo te va?”. Él contestó pero no supo quién era. Después una “cuña” negra Ford estacionó frente a la cantina. Juan respiró hondo y una corazonada le mordió las entrañas.

Memo Flores entró, con doña Rosa, sin reparar en nada. Pidió un trago y un refresco, luego giró y encontró inesperadamente el rostro enjuto de Juan Durán. Un estremecimiento de indignación recorrió su cuerpo. “Ahí estás malparido”-dijo sin vacilación. Juan quiso aliviar la situación: “Memo, esas cosas están en el pasado”. Otro denuesto lo puso a la defensiva. “Podrán estar donde, putas querás, pero yo las tengo aquí” – dijo mientras señalaba el corazón y la imagen del resguardo rompiendo bodegas se le vino encima. Juan intentó incorporarse pero antes un puño se estrelló contra su cara, empero, no tuvo dificultad en controlar la situación y poco después tenía a Memo bajo una ráfaga de golpes. Doña Rosa, desesperada, intentó meterse. Éste la apartó de un manotazo y culminó la faena.

Memo se retiró, ensangrentado e iracundo, al tanto doña Rosa frenética repetía que aquello no quedaría así y volverían por la revancha. Juan enjutó el sudor, se metió las faldas y se  arremangó de nuevo. “Qué tirada, Lito, no quería problemas pero viste, fue inevitable”- lamentó mientras  gesticulaba por un trago. Se quedó cavilando con un espeso sabor a hiel. El rumor de la pelea se extendió como epidemia. En la finca, Doña Rosa exasperada reclamaba el desquite. Memo se curó el rostro y llamó a su hijo Rodrigo: “Mirá, muchacho trae la escopeta”. En San Antonio, la gente empezó a aglomerarse alrededor de la plaza, un partido entre el España F.C. y un equipo de Alajuela prometía estar bueno. Frente al Teatro Belén varias carretadas de leña servían de gradería. A las dos y media, Juan salió de la cantina; en el camino  encontró a Otoniel y fueron a mirar la gruta de la virgen; arreglada con listones blancos y amarillos y decenas de bombillos de colores prometía que, en la noche, sería un relicario brillante. Alguien más, le insinuó a  Juan que se retirara, él levantó un brazo con el puño cerrado y continuó hasta la plaza de futbol.

Chico, monaguillo del cura Chanito, disfrutaba el encuentro desde la torre sur de la iglesia. Por instantes miró al sureste y vio una cuña negra Ford y un jeep Willis bajando  a lo largo de la línea del tren que,  al llegar a la esquina, doblaron al norte con dirección al Salón de las Monjas. Abajo la multitud de espaldas sólo daba crédito a los malabares de los jugadores. Memo Rodríguez, sentado en una esquiva esquinera al lado de Juan Durán, se percató del arribo de los Flores y de un codazo lo puso en alerta. Juan se levantó a la expectativa. Memo Flores apagó el motor y tan pronto lo divisó, machete en mano, se lanzó inmisericordemente contra el hombre. Durán capeó la primera cuchillada,  reculó, una y otra vez, evitando los tajos que brillaban como impensables luciérnagas de día. Logró asir un leño sobre el cual  caían los coléricos embistes. Un filazo se atascó en el  madero, entonces, Juan desarmó a Flores y comenzó una golpiza inclemente sobre el enemigo. En la esquina el remolino daba cuenta del combate. Doña Rosa llamaba desesperadamente a su hijo. Rodrigo, parado en el jeep, no salía del estupor; de pronto un vendaval instintivo lo hizo tomar la escopeta y descargarla sobre la espalda de Durán. Miró al hombre corcovear y con él, Rodrigo se sumió en una nebulosa de miedo y  dolor.  

Juan sintió punzadas ardientes en su espinazo, una inhabilitación se apoderó de su cuerpo; desfalleció, intentó incorporarse, no pudo, entonces sus pupilas se dilataron y al caer vio en un leño la huella reseca de otra sangre.

       

1 pensamiento sobre “La maldición de las cuatro esquinas IX: Al caer Juan vio en un leño la huella reseca de otra sangre

  1. Quien era Juan Duran….pq ese odio contra El…q hizo Juan..para q muriera asi?? Hace mucho siendo una adolescente me contaron la historia…cual fue la menciinada maldicion de las 4 esquinas…gracias

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