abril 25, 2024

Imagen con fines ilustrativos

Zaira Pérez*

Cuando escuchamos a alguien contar una anécdota, nunca nos detenemos a pensar en su importancia: la anécdota es una forma de hospitalidad, la persona que la cuenta nos deja entrar en su mundo y nos hace interactuar con él. Además nos ayuda a desarrollar la creatividad y la capacidad de expresión. El suceso que cuenta es real, el ambiente y los personajes también son reales. El emisor ama lo que relata y desea que los receptores repitan su historia, por eso narra con intensidad. De esa forma la anécdota pasa oralmente de un lugar a otro y como cualquier ser vivo con el paso de los años sufre cambios, se va modificando, cada uno (a) que la cuenta lo hace a su manera con su lenguaje particular, sus gestos, su talento. Al final el incidente contado se exagera y se transforma en ficción.

Lo esencial de la anécdota es que nos acerca. En el momento en que nos acercamos a una persona la vamos conociendo. Nos damos cuenta de sus cualidades, defectos, alegrías, sus congojas, habilidades, su talento. Y la empezamos a estimar, vamos a desear lo mejor para ella. Transformamos la crítica en alabanza. Podemos entonces eliminar la envidia, la hipocresía, los celos. Un pueblo que cuenta anécdotas es un pueblo donde se respira  calor humano. ¡Qué hermoso llegar a la oficina, a la fábrica o a cualquier lugar de trabajo y encontrar gente que nos brinde calor humano! Entonces el lunes sería como un pedazo de Navidad. Trabajaríamos con amor y motivación.

Ojalá todos los días al regresar a nuestro hogar tengamos el privilegio de abrir la puerta y  que penetre a lo profundo de nosotros (as) calor humano. Esa es solamente la función social de la anécdota, “Acercarnos”. También tiene otra función de vital importancia para las comunidades, la anécdota fortalece la identidad cultural, el espíritu el amor a todo lo nuestro, a los Símbolos Nacionales, a las tradiciones, a las costumbres, a la forma de expresión, a los paisajes. El amor al suelo que pisamos; el amor a lo que realmente nos pertenece que es  la patria.

Tenemos que cultivar la identidad cultural, porque es como la huella digital de un pueblo o de un estado, que lo hace único y particular.  Debemos alimentarla en el hogar, en las instituciones, porque ella es la energía que impulsa los cambios y permite que nos desarrollemos plenamente, nos hace fuertes, valientes, solidarios. Si tenemos identidad cultural crecemos, y somos portadores de alegría hacia los demás.

*Escritora, vecina de La Asunción. 

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