abril 19, 2024
Imagen con fines ilustrativos.

Imagen con fines ilustrativos.

Yendry Delgado Aguilar* 

Recientemente, he estado  conversando con jóvenes y no tan jóvenes, que están decidiendo  qué estudiar y otras personas replanteándose cuál es su motivación o ilusión en esta vida.

Desde mi punto de vista, todo tiene que ver con la vocación personal, eso que una persona descubre que le encanta hacer y que aunque no le pagaran lo haría. ¡Qué dichosas aquellas personas que desde la infancia lo tienen claro!  Otros no corrimos con tanta suerte y nos tocó dar más vueltas para descubrir qué es lo que nos gusta realmente. 

Recuerdo que en mi juventud pasé momentos de mucha frustración porque no tenía claro qué estudiar. Así pasé un par de años entre cursos de inglés, computación y estudios generales. Hasta que un día decidí dejar la universidad porque me sentía culpable de que mis papás estuvieran invirtiendo dinero en mí y yo no me ubicaba.

Entre lágrimas les comuniqué mi decisión y les cayó como un balde de agua fría. “Pero mamita, usted sirve para estudiar”, me decía mi mamá. Y yo le decía “Sí, ma, el problema es que no sé qué me gusta” y me soltaba a llorar.  Muy sabiamente me dejaron  tranquila unos días, y como las mamás tienen ese don o sexto sentido, me dijo un día “¿Y si se mete a estudiar para estilista? A usted siempre le han gustado esas cosas” (que por cierto lo heredé de ella, era muy habilidosa cortando cabello, cosiendo y con las manualidades).

En ese momento se me abrió el cielo. Fue una luz, una bocanada de aire fresco ¡Me resonó muchísimo! Entonces la joven Yen se fue  a hacer todas las averiguaciones del caso y terminé graduándome de estilista profesional. Así decía mi certificado.

Tras un año de dedicarme a aprender un oficio, que me encanta hasta la fecha, y dejar de lado la presión un poco autoimpuesta y otro poco del entorno social, fue que volví a conectar y decidí entrar de nuevo a la universidad y desde ahí todo fluyó mucho mejor.

Creo que haber desconectado el intelecto y estimular la parte creativa, me ayudó muchísimo a redimensionar qué quería en la vida. Ese año “sabático” fue lo mejor.

Los años han pasado desde ese episodio, el cual considero muy rico, de mucho aprendizaje y he descubierto que el crecimiento personal no para, si la persona así lo desea.  Constantemente, surgen otras inquietudes, orientadas en cada  época de la vida a qué cosas me gustan, pero al mismo tiempo cómo con lo que hago puedo colaborar con los demás.

Llegamos entonces a la conclusión que la vocación, eso que me encanta y que lo haría sin que se me pague o reconozca, es la clave para tener una existencia medianamente plena, porque existen diferentes áreas donde nos desenvolvemos como personas y hacemos los diferentes procesos que a cada quién le ha tocado o ha escogido.

La clave está en descubrir qué es lo que me mueve, lo que me ayuda a levantarme cada mañana con entusiasmo y que me da la satisfacción de sentirme útil.

*

Yendry Delgado Aguilar* 

Recientemente, he estado  conversando con jóvenes y no tan jóvenes, que están decidiendo  qué estudiar y otras personas replanteándose cuál es su motivación o ilusión en esta vida.

Desde mi punto de vista, todo tiene que ver con la vocación personal, eso que una persona descubre que le encanta hacer y que aunque no le pagaran lo haría. ¡Qué dichosas aquellas personas que desde la infancia lo tienen claro!  Otros no corrimos con tanta suerte y nos tocó dar más vueltas para descubrir qué es lo que nos gusta realmente. 

Recuerdo que en mi juventud pasé momentos de mucha frustración porque no tenía claro qué estudiar. Así pasé un par de años entre cursos de inglés, computación y estudios generales. Hasta que un día decidí dejar la universidad porque me sentía culpable de que mis papás estuvieran invirtiendo dinero en mí y yo no me ubicaba.

Entre lágrimas les comuniqué mi decisión y les cayó como un balde de agua fría. “Pero mamita, usted sirve para estudiar”, me decía mi mamá. Y yo le decía “Sí, ma, el problema es que no sé qué me gusta” y me soltaba a llorar.  Muy sabiamente me dejaron  tranquila unos días, y como las mamás tienen ese don o sexto sentido, me dijo un día “¿Y si se mete a estudiar para estilista? A usted siempre le han gustado esas cosas” (que por cierto lo heredé de ella, era muy habilidosa cortando cabello, cosiendo y con las manualidades).

En ese momento se me abrió el cielo. Fue una luz, una bocanada de aire fresco ¡Me resonó muchísimo! Entonces la joven Yen se fue  a hacer todas las averiguaciones del caso y terminé graduándome de estilista profesional. Así decía mi certificado.

Tras un año de dedicarme a aprender un oficio, que me encanta hasta la fecha, y dejar de lado la presión un poco autoimpuesta y otro poco del entorno social, fue que volví a conectar y decidí entrar de nuevo a la universidad y desde ahí todo fluyó mucho mejor.

Creo que haber desconectado el intelecto y estimular la parte creativa, me ayudó muchísimo a redimensionar qué quería en la vida. Ese año “sabático” fue lo mejor.

Los años han pasado desde ese episodio, el cual considero muy rico, de mucho aprendizaje y he descubierto que el crecimiento personal no para, si la persona así lo desea.  Constantemente, surgen otras inquietudes, orientadas en cada  época de la vida a qué cosas me gustan, pero al mismo tiempo cómo con lo que hago puedo colaborar con los demás.

Llegamos entonces a la conclusión que la vocación, eso que me encanta y que lo haría sin que se me pague o reconozca, es la clave para tener una existencia medianamente plena, porque existen diferentes áreas donde nos desenvolvemos como personas y hacemos los diferentes procesos que a cada quién le ha tocado o ha escogido.

La clave está en descubrir qué es lo que me mueve, lo que me ayuda a levantarme cada mañana con entusiasmo y que me da la satisfacción de sentirme útil.

*La autora es consultora en Flores de Bach Código CST-2018-07097

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