marzo 28, 2024

Amparo González Venegas, vecina de La Asunción

José Pablo González Cervantes*

El 30 de agosto de 1917 no fue un día cualquiera en el aquel pequeño pueblo de Belén, los González de La Asunción y los Venegas de San Antonio se enteraron de la llegada de un nuevo miembro a la familia. Hacía unos meses, que se hablaba de unas apariciones en Fátima de Portugal, la Primera Guerra Mundial estaba en su apogeo y unos siete meses antes la dictadura de los Tinoco había provocado una crisis política en el país. Finalmente, quince días antes en la Ciudad Barrios en San Salvador, nacía Monseñor Óscar Arnulfo Romero, actual beato en la Iglesia Católica, mártir en la defensa de los Derechos Humanos.

No es cualquiera que nace ese año, pero no es cualquiera que 100 años después, puede relatar desde una vejez sensata qué ha pasado desde entonces.

Amparo González Venegas es una gran tía, tía abuela, madrina y vecina para muchos y muchas. Aunque nunca se casó, Dios en sus misterios insondables le tenía preparada una misión generosa. Ante el fallecimiento repentino de su cuñada Auriestela Pérez de González, asumió con gran gusto y cariño el cuidado de sus sobrinos y sobrinas. Desde entonces, es para nosotros una gran madre, abuela y bisabuela.

En mi pequeñez, recuerdo que siempre estaba muy atenta a las necesidades de cualquier familiar, los enfermos eran su gran desvelo. Si sabía que alguien no había almorzado o cenado porque estuvo fuera de la casa, ella preguntaba, ¿no quiere algún “gallito”? Se encargaba de buscar algo entre las ollas o el comal.

Además, siempre ha sido agradecida con los gestos que le ofrecen, a lo que responde, ¡Dios se lo pague! La bondad y el servicio es lo que la ha caracterizado, atenta a ayudar en lo que estuviese a su alcance.

Su madre, María Venegas, a la que llamábamos con cariño de “Mamita”, le heredó la gran habilidad en la cocina. No es para menos, hace unos años atrás desconocía que mi bisabuela había sido tan popular en otras partes de Belén por sus deliciosas comidas, una vecina de San Antonio,  así me lo confirmó en su momento.

Nuestra querida Amparo ha mantenido esa maestría en la cocina, la cual se ha encargado de heredar a su familia, como si se tratase de un rito antiguo para no olvidar las costumbres ancestrales. Claro está, el fogón es el secreto de esta experiencia culinaria, por más electricidad y tecnología, esta forma de cocinar sigue siendo importante para degustar de su delicioso pozol, olla de carne o tamal de cerdo.

Le damos gracias a Dios por tenerla aún con nosotros. En la familia González Pérez estamos muy contentos de celebrar su centenario. Todos sus familiares tenemos muchas cosas bonitas que contar sobre ella. Yo al menos rescato una que nunca voy olvidar, podría mencionar más pero serían interminables. Una vez siendo niño se encargó de cuidarme, mi mamá tuvo que salir. Recuerdo una oración que me enseñó, el Ángel de mi guarda, una oración sencilla para muchos pero cuando son transmitidas con cariño, se vuelven un gran recuerdo para toda la vida. Gracias querida Amparo por su servicio y amor para con nosotros. ¡Dios te bendiga siempre!

*Docente de Estudios Sociales y Educación Cívica

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