El Bosco
Por: Sofía Zumbado Torres
De repente despierto en tierra árida,
dentro de cielos turbios que arden y se acercan
a mis mejillas; siento el sudor brotar de cada arruga en mi mano.
Comienza mi reunión habitual,
a la misma hora, en el mismo rincón lleno de desechos,
con la misma vista a las cortezas de la montaña roja.
Soy la única invitada,
la única que viene y se va.
Caigo en el mismo agujero estrecho
y me encuentro con el único que podría esperarme.
Yo lo llamo “El Bosco”,
porque siempre quiere pasear en los jardines
para pervertir a los que no le tienen miedo.
Trato de mirarlo con disimulo en el pecho,
donde comienzan a nacer espinas y piedras proliferan de sus hombros;
él se da cuenta enseguida, e inclina los cuernos
como signo de desaprobación.
Intento apagar su enojo iniciando conversaciones causales;
pero, como siempre pasa,
él vuelve a insistir.
Me cuenta que tiene amigos al sur,
donde solo hace frio,
que esconde muchachos en la zona baja de las montañas;
y que no les piensa hacer nada.
Estoy, de nuevo, envuelta entre dudas infinitas
sobre el lugar a donde voy.
Los minutos pasan como si fueran días,
y los trenes dejan de traer personas.
La estación queda más vacía todas las horas.
Es un viaje largo, pero se va haciendo ligero
entre más lo experimento.
Y como cualquier pesadilla, solo queda despertar,
o volver a dormirme.