Confusión: I Parte
El tiempo estaba atemporalado, Judith abrazó con ternura la almohada. Desde la puerta de la habitación su madre la llamó tres veces: – Hija, levántese, tengo que irme, recuerde que el examen es a las 9 a.m. – Sí, yo sé – Ahí le dejo el jugo de naranja, un emparedado y galletas. – Ajá – susurró la joven. Isabel sacó la sombrilla del bolso, miró el reloj y salió rápidamente a la estación del tren.
La joven soñolienta se acurrucó de nuevo. Una tenue brisa entró por la ventana, los minutos apresurados se interceptaron; Judith tejía una profunda sensación de olvido. Inquieta y con su bata blanca dio saltos de gaviota, hasta que apareció de pronto el bus y se sentó en el primer asiento detrás del chofer. El bus arrancó y Judith en cuchicheos dijo: – ¡Ya está empezando el embotellamiento! – Después, añadió con voz chillona – ¿A qué hora va a llegar esta cacharpa? Mejor me bajo, en un dos por tres estaré en el Instituto ¿Alguno de ustedes quiere bajarse conmigo?
El chofer por el espejo peló desmesuradamente los ojos y se tragó las palabras, entonces la joven cogió el folder, lo puso bajo el brazo y, entre brumas, se lanzó del bus. Marchó paso a paso en una sola dirección, al instante se vio rodeada de árboles que la miraban con insistencia; las hojas quietas caían aquí y allá, húmedas sobre el manto oscuro de mangos techados de insectos. Una niebla extraña se extendió por todo el parque, Judith sintió un intenso vacío como si hubiera perdido los órganos vitales. Quiso huir de allí, ella no lograba percibir ni las raíces de los árboles.
Entonces, se detuvo para esperar la claridad; pasaron los minutos, pero sus pupilas se llenaron de negro, tropezó con un pedazo de cemento, que en lejano tiempo había sido parte del poyo, donde ella se sentaba con sus compañeras a charlar en el recreo. De súbito, por el filo de la niebla vio asomarse a la puerta del colegio una cabeza colochuda, respiró profundo y exclamó con ardor: – Es Erasmo. Se puso de pie y en el mismo instante oyó la voz melosa de Mireya – Es mi Héctor el más guapo, el más bello del colegio. Quiso decir no, es Erasmo; pero perdió la voz en el camino, sintió pasos que la seguían y una mano en el hombro la hizo retroceder: – Es mi Héctor – dijo Mireya. Entonces, le preguntó: – ¿De verdad te gusta? Ella con su risa tonta contestó – ¿Quién? – Ese muchacho que nombras. – afirmó Judith. La muchacha contestó: – Héctor es mi papichori, el más guapo del planeta.
Ve a saludarlo – respondió Judith.
– Me muero de sólo pensarlo – dijo Mireya y susurró: – ¿Y si me ignora, si se burla de mí o me rechaza?
Una ráfaga gris abrazó el ambiente; Erasmo lanzó una mirada espléndida. Judith sintió de pronto un sentimiento en el ambiente que la dejó atada, quiso retirarse, sus pasos retrocedían al son del tambor que llevaba dentro. Corrió hacia afuera, pero sus pies se detenían; luego, saltó con mayor esfuerzo y suspendida como un péndulo logró salir del edificio.
Continuará…