Esteban Murillo González: memorias de dignidad y rebeldía
Danilo Pérez Zumbado.
En los años juveniles buscamos caminos políticos distintos. Compartimos, en ese afán, con académicos, dirigentes y sindicalistas. En la lectura, encontramos a Rousseau, Marx, Lenin, Luxemburgo, Sartre, la teología de la liberación, la Escuela de Frankfurt… en fin pensadores – hombres y mujeres – ateos unos, creyentes otros que auspiciaban en nuestra efervescencia claridad, crítica, verdad histórica y proyectos en pos de sociedades más justas y libres. Por eso emprendimos la lucha política desde otras trincheras: reconocimos las reformas sociales de Calderón Guardia, Mora Valverde, Sanabria y las medidas reformistas del naciente partido Liberación Nacional; sin embargo, creíamos con honestidad en el imperativo de profundizar los cambios económicos y sociales orientados por la teoría y la práctica socialista.
Allí estábamos reuniéndonos en un cuarto alquilado a su tío Beto Murillo en la casona de la familia Murillo Moya a escasos cien metros de la iglesia de San Antonio. En el techo ondeaba la bandera roja de la hormiga. Estudiamos, discutimos y aprendimos; cometimos errores en andanzas utópicas o realistas como meros seres humanos. Hablamos con estudiantes, viejos conservadores (unos tolerantes y otros que quemaban el periódico del partido en basureros improvisados), trabajadores jóvenes y obreras fabriles. En esa época lo conocimos. Empero tardamos en comprender que ese hombre recio, preguntón y combativo nos enseñaba mucho más de lo que los libros nos decían.
Yo me encontré con él mucho antes. Su esposa doña Cecilia me pidió, cuando era chiquillo, le llevara el almuerzo al Tajo de los Zamoras. Bajo el sol del mediodía tomaba rumbo a la Asunción hasta llegar a la entrada de la gran propiedad. Alguna vez lo vi aparecer en medio del estruendo de tractores, vagonetas y trituradoras. Entre arena y rocas quebrantadas aquel hombre robusto e impetuoso hacía juego honesto con el paisaje. Años después nos encontraríamos cuando le vendiera el periódico “La Verdad” o invitara a una reunión del partido.
Supe, después, que desde los diez años había sido lanzado al mundo del trabajo. No tuvo tiempo para completar la primaria. Fue trabajador agrícola con los Barboza en Santa Ana y los Arias en la entonces fangosa Calle Flores. Sembrador de cebolla y punta de camote, panadero y amante de la mecánica. Transcurrieron muchos días hasta que recaló en el Tajo citado donde laboró más de veinte años. Allí experimentó la dureza del trabajo poco remunerado. Además de aquellas recias labores me contó que, alguna vez, trasladaba alimento de ganado a una finca de los Zamoras en Guachipelín, en una camioneta Chevrolet por el peligroso entronque del Puente de Mulas en la antigua ruta Belén-Santa Ana. Luego, fue empleado del ICE por otros veinte años más.
La vida de Don Esteban fue cruda como la de muchos hombres y mujeres de la primera mitad del siglo XX. Víctimas de la explotación y abandono social. Sin embargo, él tenía algo singular: una notable inteligencia con la cual develó vívidamente su condición de explotado. Muchos vivieron experiencias similares, empero, las aceptaron sumisos gracias a la manipulación ideológica y religiosidad mal entendida. Pese a su limitado alfabetismo, su cabeza bullía de preguntas y una insaciable sed de conocimientos. Compartimos dudas sobre verdades bíblicas, democracia, partidos políticos, cambios revolucionarios, sentidos de la vida. Mi hermano Oscar lo retrató con palabras poéticas el día de su funeral. Recordó su amor por la filosofía: los pre-socráticos y el concepto de Dios de Spinoza. En el local del partido, la calle, el teléfono emergía con su espadachín de interrogantes y el ensayo de sus conclusiones. Ese hombre nos enseñó cómo se forja la consciencia social de clase y la dignidad ante los injustos embates de la vida. Cuando en los setenta abrimos la Escuela Primaria nocturna estaba en primera fila. En aquella iniciativa certera y apasionada obtuvo su Diploma. Más adelante, cuando cualquiera se hubiese sentido viejo, sacó el bachillerato por madurez, aprendió inglés, computación y siguió auscultando los meandros de la justicia y libertad en un mundo plagado de corrupción e inequidad.
Provenía de una estirpe relevante. Era bisnieto de Esteban Murillo Moya, primer Presidente Municipal de Belén. En su árbol genealógico estaban predecesores tales como Leandro Murillo Rodríguez, Concepción Moya Murillo, Liberato González Murillo y María Josefa Moya Murillo. Sus tatarabuelas Moya Murillo fueron hermanas del destacado ciudadano Rafael Moya Murillo: Gobernador de Heredia, Presidente del Senado y Jefe de Estado Interino de Costa Rica en el siglo XIX. En resumen, Don Esteban fue honesto, trabajador, buen padre y esposo y, sobre todo, rebelde. Me enorgullece saber que compartíamos gotas de sangre pues en sus orígenes lejanos aparecen los Pérez de Cote como parte de aquel intrincado ramaje. Sin embargo, me conmueve más haber luchado junto a él por hacer posibles los valores de justicia, libertad y dignidad en la faena de construir una sociedad mejor para todos. Ante su partida, mi sentimiento de pesar y compromiso de responder a su petición de justicia cuando de modo iracundo y válido, en sus estertores, me dijera: “Usted y yo somos iguales”.