El pretendiente de Nereida
Hace largos años, vivía en San Antonio una joven muy atractiva, hermosa, de ojos claros y de una simpatía sin igual. Tenía varios pretendientes pero a todos les encontraba algún defecto: uno tenía las orejas muy largas, otro era un narigón.
Pasó el tiempo y una tarde Nereida caminando por el centro, miró a un forastero y ahí mismo sintió que se le había ido el corazón. A él le sucedió lo mismo, entonces, iniciaron a escondidas una linda relación. A los pocos meses, el forastero le dijo a Nereida:
– Bella, a mí me gusta estar con vos en cualquier lado, pero me preocupa que lo sepan tus papás. Si te parece bien, el fin de semana iré a tu casa, para que lo nuestro sea algo formal.
El sábado siguiente, el muchacho llegó a la casa de Nereida. La madre de ella escuchó el toque de la puerta. – Oyí, Pepe -dijo- andá a ver quién llama. – ¿Por qué no vas vos? – Ay no Pepe, debe ser aquel hombrecillo, andá vos. Pepe se dirigió a la puerta, observó detenidamente al muchacho quien vestía un traje entero azul, corbata a rayas, zapatos bien lustrados. El joven lo saludó con respeto.
Conversaron largo rato. -No señor, soy de Buenos Aires de Osa. – Sí, vivo allá y trabajo en el Valle de La Estrella. – Su trabajo le queda demasiado lejos – contestó don Pepe. Ajá – respondió el yerno – El Valle de La Estrella queda en Limón. – Muy lejos, muchacho. – Así es señor. Minutos después se despidieron amigablemente, Pepe llegó a la cocina y la señora ansiosa le preguntó – ¡Idiay Pepe! ¿Qué te pareció el hombre?
Pepe se sobó las manos y contestó muy serio. – Mirá mujer, por la forma de vestir yo diría que es un diputado; pero por las caminatas que ha dado creo que ese pobre hombre debe ser el judío errante.