noviembre 21, 2024

Imagen ilustrativa tomada del sitio web de la Municipalidad de Sarchí.

Por: Emmanuel Hernández Fonseca*

 

Corría la década de los noventa y Belén se hacía de un nuevo barrio: el Barrio de La Amistad. Un barrio de clase obrera lleno de esperanza y juventud.

Al barrio lo recorría una polvorienta calle de lastre que todas las mañanas y hasta la noche se llenaba de risas, gritos y hasta uno que otro pleitecillo entre chicos que al otro día estarían de nuevo llamándose a las puertas de sus casas.

El barrio empezaba a asomarse desde el puente peatonal que unía a Escobal y La Amistad. Un robusto Higuerón, cuyas raíces formaban una especie de gradas, servía para anunciar los límites de dichos barrios. ¡Este barrio tiene tantas entradas como salidas, igual que los fundadores de este Barrio, quienes se encargaban de entretener y socorrer a sus hijos y los de los demás en cuanta aventura se les ocurriera a estos.

También se encargaban de reprimir a los que se portaban mal ¿Quién no se acuerda de Don Álvaro o, como de cariño crecimos diciéndole “Vaca”, con su voz gruesa, regañando a los tequiosos del barrio?, ¿o al carismático y enojón de Don Carlos, con un cigarro perpetuado entre sus dedos?, ¿Y a la voz ronca y alegre de Don Cuti, y a otros que se me escapan de las letras mas no de la memoria?

Además, el barrio gozaba de su propio centro recreativo; cruzando el río y los bejucos, donde se columpiaban los chicos, existía un inmenso potrero poblado por árboles de Guanacaste, y de frutos de cas y guayaba que servían de refugio en los aguaceros que embarrialaban “La Cancha” o también para descansar, luego de las mejengas mientras disfrutábamos de sus deliciosas sombras y frutos.

Recuerdo, entre mejengas, a un hombre alto, moreno y de actitud paternal, que me juntó del suelo y me sacudió toda la tierra luego de que alguien me hiciera una zancadilla. Ese hombre me preguntó que cómo me llamaba y le dije: –Me llamo Emmanuel-, -como mi hijo-, respondió, me alborotó el cabello y me envió de nuevo a la mejenga.

No puedo, con claridad, recordar cuándo empezó a teñírsele el cabello de canas o cuándo su voz empezó a disminuir, pero recuerdo siempre pasar por su casa y saludar y recibir un saludo de vuelta. En sus últimos años, fui testigo de su acto más bondadoso con el barrio, y fue la construcción, escombro a escombro, de nuestro parquecito que adornó el barrio y sepultó para siempre su antigua fachada rocosa.

Ese espacio verde y elaborado fue construido por uno de los caídos del barrio de La Amistad. Su nombre era Alfredo Hernández Manzanares, pero su título siempre será Tachi.

 

*El autor es vecino de barrio La Amistad.

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