El portón de las brujas
Por: Marco Tulio Alfaro Villalobos*
Se veía venir el caminante desde la casona, que se situaba bajo los árboles de manga y el gran Guapinol. Al llegar, lo esperaba en el corral una figura menuda y de ojos saltones: -¡sí señor!, dijo ella. -¡Agua y comida! respondiera el caminante. Corrió ella hacia los fogones, destapando las cacerolas de hierro negro.
Sentándose a comer el caminante lanzó su primera pregunta. -¿Queda lejos el paso de las mulas? Con mirada asombrosa se observaron Tencha y otros comensales.
El encargado de las bestias respondió de forma dudosa:
– ¡Sí y no! A ver si hablamos más claro. Si te vas por el camino de piedra será más largo y si cortas por el camino, por los potreros de Solera, llegarás más rápido
-¡Sí claro me sirve el atajo!
– Entonces cruzas el puente de piedra te diriges por el trillo entre el trapiche de Chango y el río, abres el primer portillo y te diriges por el potrero hasta el portón rojo. Eso sí ten cuidado al cruzar el naranjal, dicen que es el camino preferido de los gitanos.
El caminante emprendió su partida exclamando: – ¡Ay, estos campesinos!
Llegando al portón rojo y encontrándose con dos damas y un hombrecillo con un violín, el caminante afirmó:
-¡Ah caray esta leve distracción! ¡Qué me dirijo hacia el puente de las mulas!
-Está usted en la dirección correcta extranjero, contestó una dama ¿Pero le gustaría a usted refrescarse antes de llegar al peñón?
– ¿Pero qué tiene que ofrecer la bella dama?
Y corrió el hombrecillo con un calabazo:
– Ande, beba, beba .
El caminante no se hizo esperar, tomó el calabazo, ingirió dos sorbos pronunciando:
– ¡Diablos! ¿Qué me ha dado?
– Ande, beba, beba; si Jesús existe, existe con brebaje.
Así comenzaban a reír.
– ¿Nos acompañamos?
– ¡Claro!, aseveró el caminante.
Y dispusieron la marcha entre la borrachera y las carcajadas, abrazos y tonadas de pasillos gitanos.
Al llegar al playón, se encontraron con un círculo de carretas, fogatas y mucha alegría. Seguía la borrachera, las carcajadas y las antorchas encendidas empezaban a volar. En la cabeza del caminante el sopor de la chicha y contrabando se estiraba y encogía.
– ¡Ah los demonios!, exclamaba. ¿Qué son estas narices? ¡Y la bella ya no es tan bella!
Cantos, rondas y alabanzas salían de aquella cofradía gitana y los danzones parecían mezclarse con la corriente del río.
Narices narigudas,
Sombras y escobones,
Danza el extranjero con su gigante sombrero.
Y las brujas lanzaban sus conjuros,
Y carcajadas a la luz de la luna,
¡Baila mi escoba como ninguna!
Pasó la noche de las brujas y el caminante amaneció en el corral de las vacas de la finca de los Solera, al encontrarlo el mandamás dice:
– ¡Despierte, despierte, señor!
Entre su infame borrachera preguntó:
– ¿Y los gitanos? ¿Y las carretas?
Contestándole el mandamás:
– ¿Cuáles gitanos? A usted lo que le pasó, fue que lo agarraron las brujas y se lo hartaron. Jajaja, reía el mandamás.
Rascándose su cabeza, y quejándose de su inmoral borrachera, el caminante emprendió su partida hacia su incierto destino, atravesando el portón.
*El autor es vecino escritor y poeta, vecino de San Antonio.