“Apuntes Históricos de mi Pueblo”: Capítulo VII. Los curas de la Parroquia
Por. Filadelfo González Murillo*
El último de enero de ese mismo año (1885) recibió el Sr. García (presbítero Joaquín García Carrillo) orden de trasladarse a regentar a la Parroquia de El Carmen de San José y, obediente a la disposición superior se trasladó sin haber oído sonar el instrumento que tantas fatigas le costó (el órgano de la parroquia).
De enero de 1885 a mayo de 1887 fueron curas de esta Parroquia sucesivamente los presbíteros don Francisco Gutiérrez, don Ezequiel Martínez y don Gabriel Arroyo; en mayo de 1887, nos cupo la honra de que fuera nombrado como Cura el muy ilustre de la Santa Iglesia, don Domingo Rivas.
Fue en su tiempo y en su administración que se cambió el pavimento de la Iglesia y se rodeó el templo para darle mayor consistencia de la plataforma o atrio que hoy luce; también fue él quien pidió a Francia tan hermosos cuadros del Vía Crucis y quien lo erigió canónicamente en esta Parroquia.
El Sr. Rivas permaneció al frente de esta Parroquia hasta julio de 1890, fecha en que lo sustituyó el presbítero Dr. Guillermo Scheferss, joven de nacionalidad alemana y de carácter alegre y emprendedor. Durante su tiempo se pintó el templo y se decoró artísticamente por dentro; además, se construyeron los jardines y parquecitos que hoy tienen a uno y otro lado.
En octubre de 1890, proyectó y llevó una excursión al Puerto de Limón, con más de cien vecinos de este pueblo. Haciendo arreglos con la Compañía Ferrocarrilera y el Gran Hotel, logró llevar a todos por la modesta suma de 8,50 colones, teniendo cada pasajero derecho a viajar en carro de primera clase, a hospedarse en el Gran Hotel y pasear a la Isla de Uvita. Consigo llevaba también la Filarmónica de este pueblo y con la música aquí, se cantó una misa preparada en la Iglesia de Moín. En marzo de 1881 dejó la parroquia y se marchó a Alemania a saludar a sus ancianos padres.
De marzo de 1891 a enero de 1894, fue cura de la parroquia el presbítero Pedro Sandoval. Durante su permanencia al frente del Curato, le pidió a Europa el reloj público, pues el que había ya se había inutilizado; se pidió a Quito la estatua del Corazón de Jesús, la de la Inmaculada; además se erigió canónicamente ‘’La Cofradía del Santo Rosario’’.
En enero de 1894, volvió a desempeñar este curato el Dr. Scheferss. Entonces, hizo que la junta de la Iglesia comprara el terreno en que quedaría la Escuela Pública, entonces Casa Cural; allí, por medio de un sirviente que sus padres le habían mandado, plantó una huerta que cuidaba dicho sirviente, ya que proveía a la cocina de la Casa Cural de todo lo necesario.
En el centro de la huerta, instaló una carpa ligera que había traído de Egipto. Allí, en las noches de verano o durante el invierno y en unión de sus amigos y feligreses, se daban alegres conciertos, porque debe saberse que él, además de conocer como siete idiomas, tocaba con bastante perfección varios instrumentos.
El invierno de ese año de 1894 fue muy riguroso y como en ese tiempo las vías de comunicación eran tan malas, sucedió que en octubre estaba la comunidad casi incomunicada con la capital y provincias vecinas, donde el Dr. Scheferss tenía numerosos amigos.
Dado su carácter fogoso que no le permitía estar tranquilo y obligado por el mal tiempo a permanecer en casa, le vino la idea de llevar a cabo el proyecto de narrar un libro; de esta manera, se propuso editar todas las impresiones que le habían quedado de su viaje a Tierra Santa. Este fue el origen del libro que vio la luz pública a finales de mayo de 1895 y que lleva por título Por Tierras y Mares. Cuando recibió el primer libro, estaba herido de muerte por la enfermedad que lo llevó a la tumba a fines de abril de ese mismo año, dicho libro está firmado en San Antonio de Belén.
*El autor fue vecino de toda la vida de San Antonio de Belén, fue además Jefe Político (antigua denominación de la figura de Alcalde) de Belén. Los relatos narrados provienen de un cuaderno de apuntes redactado en 1924, que el autor regaló a su hijo Ricardo ‘’Ricardito’’ González y que varias décadas después fueron transcritas para su publicación por Benedicto Zumbado Z. La mayoría de relatos provienen de los abuelos del autor, Niberato González y Concepción Moya, quienes a su vez el autor explica que eran nietos de los fundadores del pueblo.