noviembre 23, 2024
Imagen con fines ilustrativos. Foto de Juan de Fotopaises.

Imagen con fines ilustrativos. Foto de Juan de Fotopaises.

La lluvia regresó más fría, Judith con dificultad se percató de que a dos cuadras estaba la Iglesia de La Agonía, sonámbula subió las gradas y preguntó- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto ruido? Nadie la escuchó; entró al templo y reparó con asombro que la concurrencia vestía de luto; la nave de en medio era un bosque de azucenas.  – ¿Quién habrá muerto? – Pensó. 

Frente al altar, el féretro rodeado de velas recibía la fila de estudiantes marchitos, que se asomaba por el vidrio. El órgano empezó a sonar, salieron de la sacristía dos monaguillos, que llevaban un fólder y detrás de ellos, la silueta de un fraile vestido de blanco, quien saludó a los estudiantes y dirigió a ellos estas palabras: – Amigos, en esta mañana despedimos a una de sus compañeras… 

Como un ciclón Judith se deslizó entre la gente – ¿Quién es la difunta? – No hubo respuesta, entonces entró por la nave del centro, se acercó sudorosa al ataúd, y aterrada vio detrás del vidrio sus labios amoratados y su rostro pálido igual que una manta. 

– ¡Jesús, pero esta dormilona fea soy yo! Luego se puso de rodillas y dijo – Esto no me gusta, Señor. No obstante, se quedó allí en su raudo funeral, después caminó desdibujada hasta el atrio.

De súbito el golpe de una puerta a distancia la sacudió. Judith se estiró, bostezó dos veces y tiró la ropa en el suelo. Momentos después corría apresurada hacia el Instituto. Entró al aula se encontró con Erasmo – Llegas muy tarde Judith. Cierra el paraguas, ya amainó la lluvia y estás bajo techo ¿Qué te pasa? La joven no respondió, risas y ruidos se expandieron por el salón.

Luego Judith helada como un sepulcro junto al pupitre, tomó el bolígrafo y aún metida en la niebla se preguntaba – ¿Dónde dejé la calculadora? El profesor indiferente se acercó a ella y exclamó – Judith ¿qué espera? Hace rato le entregué el examen y no ha empezado. ¿En qué piensa en los huevos del gallo? Judith consternada respondió – Dejé olvidada la calculadora – ¿Y qué? – Vociferó el profesor – “¡Póngase águila!” La estudiante con voz auténtica respondió: – ¡No puedo don Erasmo, usted me tiene muerta! El profesor sorprendido naufragó en las ojeras de Judith e irrumpió lentamente en una dimensión extraña.

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