Confusión: II Parte
La lluvia regresó más fría, Judith con dificultad se percató de que a dos cuadras estaba la Iglesia de La Agonía, sonámbula subió las gradas y preguntó- ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto ruido? Nadie la escuchó; entró al templo y reparó con asombro que la concurrencia vestía de luto; la nave de en medio era un bosque de azucenas. – ¿Quién habrá muerto? – Pensó.
Frente al altar, el féretro rodeado de velas recibía la fila de estudiantes marchitos, que se asomaba por el vidrio. El órgano empezó a sonar, salieron de la sacristía dos monaguillos, que llevaban un fólder y detrás de ellos, la silueta de un fraile vestido de blanco, quien saludó a los estudiantes y dirigió a ellos estas palabras: – Amigos, en esta mañana despedimos a una de sus compañeras…
Como un ciclón Judith se deslizó entre la gente – ¿Quién es la difunta? – No hubo respuesta, entonces entró por la nave del centro, se acercó sudorosa al ataúd, y aterrada vio detrás del vidrio sus labios amoratados y su rostro pálido igual que una manta.
– ¡Jesús, pero esta dormilona fea soy yo! Luego se puso de rodillas y dijo – Esto no me gusta, Señor. No obstante, se quedó allí en su raudo funeral, después caminó desdibujada hasta el atrio.
De súbito el golpe de una puerta a distancia la sacudió. Judith se estiró, bostezó dos veces y tiró la ropa en el suelo. Momentos después corría apresurada hacia el Instituto. Entró al aula se encontró con Erasmo – Llegas muy tarde Judith. Cierra el paraguas, ya amainó la lluvia y estás bajo techo ¿Qué te pasa? La joven no respondió, risas y ruidos se expandieron por el salón.
Luego Judith helada como un sepulcro junto al pupitre, tomó el bolígrafo y aún metida en la niebla se preguntaba – ¿Dónde dejé la calculadora? El profesor indiferente se acercó a ella y exclamó – Judith ¿qué espera? Hace rato le entregué el examen y no ha empezado. ¿En qué piensa en los huevos del gallo? Judith consternada respondió – Dejé olvidada la calculadora – ¿Y qué? – Vociferó el profesor – “¡Póngase águila!” La estudiante con voz auténtica respondió: – ¡No puedo don Erasmo, usted me tiene muerta! El profesor sorprendido naufragó en las ojeras de Judith e irrumpió lentamente en una dimensión extraña.