“Los hijos de la Cantera”
Marco Tulio Alfaro Villalobos. “Tuli”.
En los años de mil novecientos, el hombre creía haber salido de la edad de piedra. “¡Pero no!”: aún vivíamos inmersos en aquella edad, donde el cantero era tan importante como el chamán, o el boticario, el policía, el rezador, el carpintero, el agricultor. Sabemos que muchos cambios ya se veían venir con la llegada del ferrocarril, la corriente eléctrica y el progreso. Hicieron su presencia en nuestra comunidad la industria textil, las granjas, las fábricas de químicos, fueron mermando las actividades campesinas, como la agricultura, entre otras.
Por aquellos años, mientras Rosario Villalobos, le encontraba el corazón a una piedra, del peso requerido para un bebedero, o pila de ganado, apareció un hombre frente aquel pica pedrero, asomando sus pies donde él estaba acuclillado; allá en su cantera, junto a dos de sus nietos Francisco y Gerardo, hijos de su hija mayor Marina Villalobos que, posteriormente emigrara a otro país.
Aquel hombre era el encargado de hacer las compras de los materiales de la iglesia, que se construía en San Antonio: en material de adobe, piedra y calicanto, material que se argamasaba con claras de huevos.
El hombre visitante saludo muy afablemente a don Rosario: -¡Buenos días Don Chayo!, ¡Buenos días tenga el señor! Dándose un fuerte apretón de manos, aquellos dos y recios caballeros.- ¿En qué puedo servirle al señor? /- Solo quería hacerte un encarguito de tantas piedras lisas para las aceras de la iglesia en construcción, unas cuantas basas para la gruta y otras basas largas, curveadas para el frentillo de la casa del cura y el atrio.
A horas de la mañana, como a las diez, sus nietos interrumpían la negociación de los ya conocidos comerciantes. – ¡Papá, papá, vamos a ir allá!/ Señalaban un tacotal que, lindaba con aquella cantera.- ¡Mirá Chalo! ¡Cómo son estos muchachos de ahora! Acaban de almorzar, y ve a donde van con esas tuzas: (a como come el mulo, caga el culo), también reían los señores. Don Chalo y Chayo, se arrancaron un pelo del bigote y, sellaron aquel negocio como lo hacían, los hombres de antaño.
Las carretas salían a diario de aquella cantera, cargadas de basas y pilas, lujosamente labradas por aquel hombre de baja estatura, bigote, pelo ensortijado y manos descomunales. Él, con una leve sonrisa, se observaba pasar a donar sus horas de trabajo, en la construcción de la desaparecida iglesia del siglo pasado. Y como él, se sumaban muchos hombres de fe y esperanzas, al trabajo artesano de principios y mediados del siglo XX. Mi abuelo nació en mil ochocientos noventa, procedente de San Isidro de Heredia. Emigró a trabajar con la construcción del ferrocarril del Pacífico, ahí aprendió el oficio de pica pedrero. Él murió en el año 62, dos años antes de mi nacimiento. Algunos de sus hijos emigraron a Norte América, otros emprendieron, como trabajadores en construcción, de los túneles de las plantas hidroeléctricas de La Fuerza y Luz.
Mi padre, siendo un contrario político de su partido, se había casado con mi madre, siendo ella una de las hijas menores. Mi padre estuvo en su lecho de muerte, él me habría contado que, como última voluntad, mi Abuelo pidió conocer a un ex presidente de la nación, el famoso benemérito de la patria, Doctor Rafael Ángel Calderón Guardia.
De alguna manera, alguien de la cual no tengo idea, pudo contactar con el señor Javier Sánchez, el boticario del pueblo, al que se le agradece eternamente ese acto de humanismo, el haber contactado a aquel distinguido personaje, explicándole el suceso, y aceptándole la invitación a conocerlo, ya que el señor no quería morirse sin antes conocer a la figura pública que hubiese dado tanto por la clase obrera. Él fue seguidor insigne de su partido político, por ende, el resto de su familia también. Contó mi padre, también fallecido, que horas después de aquella distinguida visita, mi abuelo, llamando por su nombre a su amada esposa, mi abuela, él sesó.
– ¡Rosa, Rosa, Ross!
Orgullosamente, la vieja cantera de mi abuelo estaba situada donde actualmente se erige el nuevo pulmón belemita, El Santuario, en la curva antes de llegar al balneario el Ojo de Agua, camino a Fátima.
En esa loma donde aún quedan vestigios de aquella vieja explotación minera, trabajó Rosario Villalobos, conocido como “Chayo el Cantero”.
Nota: En esta historia, existen algunas décadas que están fusionadas para efectos de la misma.
*El autor es vecino escritor y poeta, vecino de San Antonio.