Una tarjeta para navidad
Manuel González Murillo
Empresario y vecino de San Antonio de Belén
En octubre de 1966, le pedí trabajo a mi papá. Él era un gran impresor y se preparaba para la temporada navideña haciendo muestrarios de tarjetas de navidad para sus agentes vendedores.
Habían de todo tipo dobles, una sola cara con el texto dorado o negro, alrededor de 30 diferentes, algunas las producía y otras las importaba de España, desde luego, estas era más caras. Los más adinerados las prefería; sin embargo, doce de las más humildes y sencillas producidas por don Jorge en tinta negra costaban doce colones y fue así como obtuve mi primer trabajo.
Con una bicicleta vieja empecé en el mundo de las ventas a tocar puertas por todo Belén. Una vez que ingresaban las órdenes de producción Don Jorge Luis González Rodríguez, quien era mi papá, que tenía la imprenta en Alajuela y había instalado en nuestra casa una muy pequeña imprenta para producir las tarjetas navideñas, por la noche, luego de tomarse un descanso, iniciamos labores revisando todas las órdenes y separándolas por tipo y color.
Unos introducíamos en bolsas la orden donde se describía el nombre de las personas o familia y los demás detalles que dijera en el texto, y otros contaban las tarjetas y sobres blancos. Ahí nos involucrábamos los miembros de la familia más grandes, desde luego, la niña Mireya Murillo Alfaro, quien era mi mamá, no podía faltar luego de su llegada de la Escuela España, dando el ejemplo de trabajo hasta largas horas de la noche.
Para el 1 de diciembre deberían estar entregadas todas las órdenes, ya que las estampas se enviarían por correo dentro y fuera del país. Esto demoraba algún tiempo, y antes del 24 de diciembre las personas especiales que las recibirían las guindarían en el árbol o las pegarían en la pared. Demostrando con esto un acto hermoso de amistad, respeto y cariño hacia los amigos y familiares.
Eran otros tiempos hermosos que han quedado en mi memoria para siempre.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.