María Sofía: segunda parte
Por: Zayda Pérez Zumbado*
¿Qué tratás de decirme? Has hablado tanto que me has dejado “mirando el ciprés –. María Sofía cogió la taza y continuó:
– En la vida, Anatolia, hay situaciones que no pueden ocultarse. Ahí, te va mujer: – Lo que sucede es que mi nieta Bélgica está preñada. – ¡No es posible, apenas está en quinto grado! – Así es Anatolia, como te lo he dicho.
– ¿Y quién es el novio? – No tiene. – ¿Y qué dice la chiquilla? – Nada, lo que hace es llorar, yo tengo la impresión de que es un perro casero. – ¡Ay, cielos dorados, no puede ser! ¿Sabés vos quién es el perro? – No estoy segura. ¡Entonces no lo conocés! – Lo imagino; aunque debo callarlo ¿Amiga, solo vos lo sospechás? –No, ya en el barrio se está ventilando. – Siendo así, el secreto ya salió a la luz – afirmó Anatolia y agregó–. ¡En realidad, a mí no me importa quién sea el tata del chiquillo!
–¡Ay! Ese hombre es un desgraciado – contestó María Sofía de las Mercedes tendida en llanto.
–¡Dejá de llorar, con eso no remediás nada Sofi! –Bueno amiga, llorando me desahogo. –Es cierto, Sofi; pero manos a la obra, vamos ahora mismo a la delegación, hay que poner la denuncia, yo sé que en caso de estupro, la ley es dura.
María Sofía de las Mercedes con semblante dudoso explicó. –Mi hija no quiere nada con la ley, a ella le espanta el hecho de que los vecinos del residencial se den cuenta de que su hogar es un antro de vergüenza.
–Tenemos que convencerla, amiga, recordá que Bélgica tiene una hermanita, no querrás que ella sea otra víctima. –No puedo, si lo hago, mi hija va a ser la comidilla del pueblo.
–No te preocupés ya ella es desayuno, almuerzo y comida, vos misma lo afirmaste– contestó Anatolia y se acercó a la puerta; miró a su alrededor y con disimulo dijo – Amiga, adiviná quién viene a visitarnos. –¡Santa Pancha! – Exclamó María Sofía poniendo sus palmas en las mejillas – Hablando de Roma.
El portón de la tapia se abrió, la joven con mirada penetrante se dirigió a la sala ¿De qué hablan tanto, señoras, de fútbol o de política?
–De un asunto muy importante que vos tenés entre manos – contestó Anatolia.
–¡Qué espanto, cómo hay gente metiche, que dedica el tiempo a juzgar a los demás!
–No estamos sentenciando a nadie, Maribel. Nos inquieta la idea de lo que pueda sucederle a tu hija menor ¿o es que no te importa tener otra víctima en tu casa arropada en miedo e inseguridad?
–¿De qué habla, señora? –Vos sabés bien a lo que me refiero.
–No sé nada, – contestó Maribel y agregó – ese es un chisme estúpido.
–Asegúrate de que la historia sea falsa, – indicó Anatolia – de lo contrario, tu otra hija está en peligro de convertirse en una eterna culpa.
– ¡Eso nunca! –gritó Maribel y salió apresurada del lugar, golpeándose la cabeza.
El espacio sin aire la agobiaba, marchó oculta entre miradas que encontró a su paso. María Sofía de las Mercedes con el rostro descompuesto caminaba tras ella. Su hija volvió la vista atrás, y gritó– ¡Déjeme en paz, madre, no me presione! María Sofía de las Mercedes se devolvió con el pensamiento herido – ¡Pobres niñas! – repetía. Luego entró a su casa, besó un retrato y se dijo – Estaré siempre con mis nietas.
En tanto, Maribel continuó por el sendero de la capilla; dejó colgado el corazón en una imagen y, luego, se dirigió a la Delegación cantonal. Allí, se sentó en una banca, miró constantemente el reloj y empezó a desarmar el rompecabezas de sus propias culpas. Estaba sumamente ensimismada reconociendo piezas, cuando recibió la orden de que tenía que presentarse en otro departamento; atribulada salió de allí a buscar el sitio, abrió varias puertas y en la última, para su sorpresa encontró a Bélgica muy serena, quien con voz transparente indicaba en ese momento, el nombre del verdadero culpable.
*Escritora belemita