noviembre 22, 2024

Imagen con fines ilustrativos

Óscar Manuel Álvarez González*

Motivado a que las nuevas generaciones conozcan de primera mano un poco de las vivencias de nuestra infancia, transmito con mucho beneplácito y a grandes rasgos lo que fueron experiencias de la niñez y juventud de los años 50, 60 y 70 en nuestro querido Belén.

La generación de nosotros al inicio de los 50, fue un tiempo con limitaciones en algunas situaciones, pero de grandes anécdotas. Una gran parte de los niños de esa época, íbamos descalzos a la escuela; en ese tiempo la única escuela en Belén era la España. La mayoría llevábamos pocos cuadernos en las manos, otros “más favorecidos” tenían un pequeño bolso de mezclilla azul, conocido como “chuspa”, durante los recreos se jugaban juegos tradicionales: canicas o bolillas, trompos a los 100 mecos, o a la pedrada, o en el peor castigo, si perdía el trompo, había que ponerlo sobres los rieles del tren; las mujeres jugaban mirón-mirón, rayuela, mecate, oba oba y jackses, cromos, entre otros.

Por supuesto, no podían faltar, desde entonces, las mejengas en la plaza donde generalmente era ocupada por los alumnos de grados superiores. Momentos de esparcimiento inolvidables, donde se afianzaron amistades para toda la vida, hasta hoy. En cuanto a la alimentación en la Escuela, provenía de la cocina de doña Leticia (q. d. e. p.), y de doña Yaya (q. d. e. p.); consistía en una sopa que era una delicia, producto de las verduras que cada uno llevaba para su elaboración, también nos proporcionaban un gallo de queso amarillo del Programa Alianza para el Progreso, del Gobierno de USA. En algunas ocasiones, también nos daban avena.

Por supuesto, que a veces se presentaban disputas entre compañeros, lo que ahora se conoce como “bullying”; bromas, zancadillas, apodos, lanzamientos de fruta, masilla, pero cuando existía alguna disputa entre alumnos, “la sentencia” hacia el agresor era una advertencia verbal implacable: “espérese que salgamos de clase”, a la salida algún carbonero “marcaba una línea”, como estableciendo una zona territorial, si alguno la traspasaba se armaba “la gorda”, en otros casos, se lanzaba una escupa “y el que se atrevía a majarla: “póngase en guardia”, porque se armó el pleito. Recuerdo que generalmente estos enfrentamientos no duraban mucho, ya que la Dirección de la Escuela asignaba maestras, para cuidar en los recreos y las salidas de clase, y así entendíamos que “en guerra avisada no muere soldado”.

Como olvidar que, en esa época, los alumnos de la escuela tuvimos que soportar dos situaciones bastante difíciles: la primera fue la erupción del Volcán Irazú, que lanzaba grandes cantidades de ceniza sobre toda la Meseta Central y las camisas blancas, que con tanto esmero nos alistaban nuestras queridas madres, se convertían en color gris, fue una etapa difícil e inolvidable.

Otra situación que vivimos de cerca fue la instalación de la fábrica La Quimagra (hoy Pekis), que producía productos químicos. El nombre real de esta empresa era Químicas ORTHO de California. Producían productos con tan fuertes olores, nada buenos para la salud y fue tal el descontento de la población belemita, que un grupo de muchachos de esa época, a manera de protesta, se juntaron y le lanzaron unos productos inflamables para que se trasladaran a otro lugar, desconozco si fue por esa razón o mediaron otras circunstancias, pero al final logran su objetivo; porque la ORTHO se fue de Belén-

Un lugar muy recordado fue el matadero de animales conocido como El Rastro; en ese lugar, ubicado en barrio San Isidro, los carniceros sacrificaban animales, especialmente, ganado y cerdos. Los chiquillos íbamos a El Rastro, después de salir de clases, a solicitarle a don Sacramento Luna una vejiga de cerdo, para inflarla y envolverla con trapos y utilizarla como balón de fútbol, ya que ninguno tenía recursos para comprar una bola. Se armaban unas mejengas que muchas veces terminaban en pleitos por estar en milpa y goles anulados.

Recuerdo con especial cariño: un lugar emblemático que fue el Cine Murillo y la Estación de la cual en un artículo publicado a mediados del año titulado “El Regreso del Tren”, hice referencia a este lugar.

Del Cine Murillo, podría contarles que mi papá Manuel Álvarez González, conocido como Keko, aparte de ser el fontanero de Belén, también era el operador del cine. En el Teatro, como se le decía, proyectaban películas americanas, pero una gran mayoría eran mexicanas: de Cantinflas, Tin-tan, Resortes, Clavillazo, Piporro, Viruta y Capulina, en el género de la comedia. En acción pudimos apreciar a El Santo el enmascarado de plata, Gastón Santos, Chucho el Roto y Chanok, entre algunas, en drama, películas como: Macario, la Cucaracha, Nosotros los Pobres, Aventurera, Tisok, La Candelaria, Vamos con Pancho Villa, entre otras.

Otro lugar que recuerdo con cariño era la gruta de la iglesia, donde había unos peces de colores que realmente eran muy bonitos. Algunos de nosotros íbamos donde salía el agua para ver si alguno se había escapado, pero generalmente don Rafael González (Caracoles, q. e. p. d.) era un vigilante muy cuidadoso, para evitar que algún pececillo se escapara.

Otra peculiaridad que tenía San Antonio en esa época, era un caudal de agua que atravesaba parte de La Asunción y casi todo el centro del cantón conocido como la “Acequia”. El agua de este canal servía para que los vecinos aprovecharan para regar sembradíos y otras actividades. Nosotros jugábamos con barquillos de papel y atrapábamos alúminas, para exhibirlas en un vaso en la casa.

Otra actividad que realizábamos algunos jóvenes de esa época era la colección de revistas, para cambiarlas con otros compañeros. Las historietas eran generalmente de Superhéroes, como el Llanero Solitario, Tarzán, el Hombre Mono, Superman, Turok, El Guerrero de Piedra, Alma grande y un sinfín de tiras cómicas: La pequeña Lulu, Archi, Benetin y Geneas, Pato Donald, Lorenzo y Pepita, y muchas muchas más.

Fueron años maravillosos, donde vivimos grandes acontecimientos como la llegada del televisor, las reuniones en casas para ver alguna serie o noticiero, en fin, nuevas tecnologías que marcaron un antes y un después.

No podría olvidarme de las navidades, ahora precisamente a pocos días de la navidad. Nací un 23 de diciembre y recuerdo que mamá me decía que a mí me había traído el niño “¡Un honor inmerecido, pero por siempre agradecido!”. Fue una linda época, nunca nos faltó nada, mamá y papá, dentro de sus posibilidades, siempre nos dieron nuestro regalo de Nochebuena y éramos 10 hermanos, las manzanas, uvas y confites nunca faltaron y un regalo como recuerdo, el traje del Llanero solitario, el juego de carpintería, el maromero, el trompo y la mudada de Navidad.

Estos tiempos de infancia y juventud son verdaderamente difíciles de olvidar y hoy, al escribir este artículo, me siento muy orgulloso y agradecido con Dios, mi familia, mis amigos, y cuando observo a alguno de mis excompañeros, no me cabe la menor duda que hace rato que nos pega el sol.

*Vecino de barrio San Isidro, San Antonio de Belén, entrenador pionero del atletismo belemita

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