El desempleo y la búsqueda incesante de la “rentabilidad económica”
Por: Luis Adrián Murillo Guzmán*
El desempleo es un mal estructural que afecta hoy a todas las economías del mundo. De alguna manera, podríamos categorizarlo como un fallo del mercado. Es decir, la demanda de empleos supera ampliamente la oferta disponible. En 2020, la cifra de desempleo para Costa Rica alcanzó el 24% según estimaciones del INEC (Instituto de Estadística y Censos). Lo anterior quiere decir que hoy 551 mil costarricenses están en “paro”.
El concepto “parado” se utiliza para describir (aunque de forma engañosa) a los que no pueden ganarse la vida. En la modernidad, se les consideraba un “ejército de reserva laboral”. Ya sea por motivos de salud, precariedad o dificultades económicas, había que prepararlos para que se reintegraran en la dinámica económica, un esfuerzo principalmente encarado por el conjunto de la sociedad y que necesitaba del esfuerzo implícito o explícito de las fuerzas políticas.
Hoy, las cosas ya no son así. En términos conceptuales, los desempleados ya no son un “ejército de reserva laboral”. La bonanza económica ya no es capaz de acabar con el desempleo. En palabras de Zygmunt Bauman, racionalizar implica ahora recortar y no crear empleo, flexibilizar indica deshacerse de mano de obra, e incluso modernización empresarial y tecnológica ahora es sinónimo de reducción de personal y cierre de secciones. Como vemos, los conceptos tienen dimensiones engañosas necesarias de una reflexión. Dejo al lector la tarea de analizar las implicaciones sociales y políticas de un concepto muy común hoy: ayer le decían empleado, hoy le llaman colaborador.
En síntesis, podría decirse que ya no existen los empleos para toda la vida. Los puestos de trabajo en el sentido estricto que los entendíamos años atrás, ya no están disponibles. Sin ellos, hoy reina la incertidumbre, y es casi imposible pensar la vida como un proyecto planificado y de largo plazo.
La dotación asistencial (educativa, salud, servicios) antaño brindada por el Estado del bienestar ha pasado de ser un derecho ciudadano a convertirse, según algunos grupos, en un privilegio que aplaude y reconforta a los vagos. El principal objetivo de esa intervención estatal, era proteger, indemnizar y, al mismo tiempo, salvaguardar la integridad de las personas frente a un capitalismo, cuyas utilidades crecían al mismo ritmo de sus costes sociales y ambientales. ¿Por qué no defender y fortalecer esa capacidad del Estado? Bueno, es una discusión pertinente, aún más si la vinculamos con el problema del desempleo, la actual pandemia y la crisis fiscal que enfrentamos.
Al día de hoy, la ortodoxia económica dominante caracteriza las subvenciones como un gasto que ya no podemos permitirnos. Esto significa que el Estado y la sociedad ya no perciben que el costo de la rentabilidad económica (es decir, los costes humanos, sociales, incluso ambientales) sea algo adecuado o necesario de asumir. Nada queda del aseguramiento colectivo y la tarea de hacer frente a los riesgos sociales y productivos se ha privatizado. Así las cosas, resulta necesaria e incluso protagonista, la inversión estatal en este sentido.
Escrito con ayuda de: Capítulo 3 “Los extraños de la era del consumidor: del Estado del bienestar a la prisión” en Bauman, Zygmunt. La posmodernidad y sus descontentos. Ediciones Akal, 2001.
*Historiador. Estudiante de Ens. de los Est. Soc. y la Educ. Cívica.