El espíritu de la Navidad
Ronald Diaz Vargas.
Cuando esta columna se publique esteremos respirando esos inconfundibles aires navideños. Aunque el comercio nos adelanta cada vez más esta época festiva, es en diciembre cuando uno siente de verdad el espíritu de la Navidad.
Eso sí, conforme uno va sumando años al calendario, es inevitable sentir cierta nostalgia por las navidades idas de aquella Costa Rica pueblerina y añorada.
No puedo decir que en aquellos tiempos la Navidad fuera ajena al consumismo que la acompaña. El aguinaldo es sinónimo de dinero disponible; entonces, es natural que el comercio se frote las manos y nosotros, débiles mortales, sucumbamos a la tentación de comprar demás.
Recuerdo, por ejemplo, la tradición de visitar la librería Universal en la Avenida Central para pegar las narices en las vitrinas y llenarnos de ilusiones y deseos con aquel maravilloso mundo de fantasía.
Ahí mismo escribía uno la carta al “Niño Dios”, cuando la inocencia permitía que uno creyera que en Nochebuena el mismísimo niñito bajaría del cielo para dejar los regalos solicitados al pie de la cama, o del árbol de ciprés adornado con bombas de colores.
Los presentes eran sencillos, pero era tan poco lo que teníamos que la ilusión afloraba con solo pensar que con suerte comeríamos algunas uvas y manzanas, porque el resto del año, si te vi no me acuerdo.
La obsolescencia psicológica no había hecho aún para hacer de la suyas con sus modas desechables que provocan esa sensación permanente de “insatisfacción garantizada”.
La buena noticia, es que hay algo que sí podemos hacer, si queremos. Y es abstraernos un poco de esa vorágine consumista y detenernos para prestar atención a las pequeñas cosas que nos hacen felices.
Visitar un amigo. Realizar un acto de bondad. Regalar nuestro tiempo y afecto a quien lo necesite. Compartir un café y un tamal en familia. Apagar la tele y jugar en la plaza del pueblo…
¡Qué se yo! Cada quien sabrá qué es aquello que tanto ama hacer y que de pronto, por el ajetreo diario y el desenfrenado correr detrás del tiempo, terminamos postergando.
Hágalo y verá que bien se siente. Nunca es tarde para bajar las revoluciones, tomar una bocanada de aire fresco y replantear nuestra vida.
Si llegó hasta esta línea final, amiga, amigo lector, agradezco su tiempo. Permítame desearle una hermosa Navidad. Con pocos chunches, pero con mucha paz, amor y felicidad.
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