octubre 17, 2024
Imagen con fines ilustrativos.

Imagen con fines ilustrativos.

Dentro del vecindario belemita una frase ha empezado a cobrar fuerza “mi pueblo ya no es mi pueblo’’. Así se lamentan personas que ya peinan canas al analizar la transformación radical que ha vivido el cantón en los últimos años.

Y antes de que los apologistas del desarrollismo a ultranza peguen el grito al cielo, hay que aclararles que ninguno de esos señores es nostálgico de un pasado bucólico de vacas, potreros y café. 

Se entiende que nada es estático en el tiempo, y el progreso humano inevitablemente trae cambios al paisaje. No obstante, una cosa es el progreso y otra muy diferente la voracidad de las inmobiliarias que atropellan costumbres, tradiciones y, últimamente, personas. Grupos que en palabras del fiscal ambiental Luis Diego Hernández se comportan como mafia, que “lucra en el país con proyectos de desarrollo perjudiciales para los ecosistemas’’.

Además, no hay nada de “desarrollado’’ en ver marcharse vecinos de la tierra en que vivieron sus padres, porque los impuestos de bienes inmuebles crecieron de manera exponencial, debido a que Belén se volvió caro por una plusvalía alta de la tierra, directamente relacionada al aumento de construcciones de lujo en el cantón. 

Aprecie el siguiente sin sentido, los hijos de Belén no solamente no encuentran espacio para alquilar y mucho menos construir en nuestro cantón. Además de eso quienes tienen su propiedad aquí, son obligados a pagar más caro porque la tierra aumentó de precio, precisamente, por los permisos de construcción que las autoridades han dado en los últimos espacios que le van quedando al cantón. 

Ante este panorama, resulta injustificable que grupos que solo piensan en sus intereses personales y no en los del cantón vuelvan a la carga para intentar perjudicar a Belén como ya lo hicieron en el 2016, ¿el objetivo? Enterrar de nuevo el Plan Regulador.

Belén pese a todo sigue siendo un pueblo pequeño donde cuesta mantener secretos. Ya es vox populi que hay presiones de quienes les molesta que se proteja el agua del cantón, rechinan dientes de ira por la pretensión del nuevo plan de proteger el humedal de La Ribera o La Gruta de La Asunción, y se atreven a invocar como excusa que “es que los talleres son muy viejos’’. ¡Poca vergüenza! Quienes precisamente boicotearon el anterior intento de actualización en el 2016, ahora se rasgan las vestiduras sugiriendo que hay que comenzar todo de nuevo ¿Qué conveniente no? 

No nos llamemos a engaño, hay sectores que en el fondo no desean que el Plan Regulador de Belén se actualice porque les beneficia que la voracidad urbanística continúe. Belén ya no es el Belén de 1996, y sus regulaciones, cada día más propensas a interpretaciones durísimas para el pequeño propietario y permisivas para el grande, por parte de “técnicos’’, seguirán siendo el pan de cada día si todo sigue tal cual. 

Llegó la hora de que maduremos y entendamos desde todos los sectores que, si estamos orgullosos de ser hijos de esta tierra, debemos ser consecuentes con ese sentimiento y arrojarnos con fuerza y sin miedo a la defensa de nuestro amado centro de Costa Rica. De la mano de una planificación equilibrada y moderna que armonice el desarrollo y el ambiente, pero sin perjudicar la calidad de vida de las y los belemitas, ni poner en riesgo el recurso hídrico vital y los recursos naturales que aún nos quedan. 

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