noviembre 21, 2024

Por Oscar Pérez Zumbado

En esta vorágine de sinsentidos en que está inmersa nuestra sociedad a propósito de las justas electorales, he escuchado en múltiples ocasiones a varios simpatizantes del partido Restauración Nacional, afirmar, que el pueblo de Costa Rica debe votar por Fabricio Alvarado porque Fabricio «es un hombre escogido por Dios» (a la mejor usanza monárquico-medieval, en que el rey, alegando ser depositario de un poder de origen divino, se proclamaba dueño y señor de almas y haciendas, con las consecuentes injusticias cometidas especialmente contra los siervos de la gleba, dejando a su paso los ríos de sangre que aun hoy la Historia lamenta).  El otro argumento que esgrimen a favor del voto por Fabricio es que Fabricio «es un hombre con temor de Dios». Ante esto surge la pregunta; ¿Qué clase de cristiano tiene temor a Dios? o ¿Qué clase de Dios es ese al que hay que tenerle miedo?

Los modernos mercaderes, descendientes de aquellos que con la punta del látigo Jesús expulsó del templo, hoy, arropados cínicamente bajo el manto de un supuesto «cristianismo», parecen olvidar que ese hombre extraordinario, cuyas enseñanzas ellos dicen seguir, se introdujo a la Historia con la Buena Nueva de un Dios muy distinto de aquel del  Viejo Testamento:  castigador, vengativo e inmisericorde. Jesús, con su aparición histórica nos lega un Nuevo Testamento cuyo contenido ético-teológico es novedoso en el tanto se aparta de la vieja Ley del Talión (ojo por ojo y diente por diente) y nos invita a conocer a un Dios de Amor: comprensivo y amante de todas sus criaturas, a las cuales valora en un plano de igualdad, más allá de sus diferencias por etnia, preferencia sexual, credo religioso, color, género o posición social, etc. «El que esté libre de culpa que lance la primera piedra» -eso dijo- (San Juan 8-3,7).

Los nuevos mercaderes utilizan cínicamente el nombre de Jesús para manipular débiles conciencias y sobre la base de las necesidades de los más desposeídos, amasar vergonzosas fortunas y con ellas, alimentar su nunca satisfecho apetito de riqueza. Hoy, en que el miedo sigue siendo un instrumento de control y manipulación de masas ingenuas, ignorantes o religiosamente fanáticas, llama sobremanera la excitativa hecha para que se vote a favor de «un hombre que tiene temor de Dios«. Entonces vale preguntarse ¿porqué un hombre o mujer de conciencia limpia ha de temer a Dios? Si se cree en la palabra del Maestro Jesús y se hace de nuestras vidas una práctica diaria de la ética y moral cristianas ¿de qué debemos temer a los ojos de Dios? El problema de esos autollamados cristianos, hoy metidos en política, es que se dicen seguidores de las enseñanzas de Jesús, pero por conveniencia propia, nunca salieron del Viejo Testamento. Prefieren ampararse a la oscuridad de esa caverna, en cuya filosofía se acomodan mejor sus egoístas ambiciones humanas.

Si yo soy un auténtico y convencido cristiano debo empezar por amar a mi prójimo de igual forma como Dios me ama. Debo aceptar a mi otro con sus virtudes y defectos, con las coincidencias y desencuentros que conmigo tenga. ¿Acaso el Maestro lanzó la piedra contra la mujer adúltera? No, no se debe apoyar a nadie porque diga tener temor de Dios, porque en realidad a lo que ellos temen es así mismos; temen a las consecuencias que traerán sus faltas humanas, su naturaleza discriminatoria e intolerante, temen a las consecuencias de su  soberbia y prejuicios, nacidos de su equívoca creencia, de que un dios que sólo ellos conciben, les habla al oído y les tiene como sus hijos predilectos.

Por sus enseñanzas Jesús sacrificó su vida, y de darse la segunda venida, esos falsos profetas serán los primeros sobre los que ha de caer el látigo del Señor, para desalojarlos del templo moderno en que hoy habitan; un templo dónde solo se adora al dios dinero, se hace apología de una «teología de la prosperidad», cómplice en su filosofía y doctrina de ese inhumano sistema económico que Juan Pablo II denominó «capitalismo salvaje».

El llamado a votar debe ser de un voto, no por temor a Dios, sino de un voto por amor a la Patria, por la defensa de los más altos valores que desde sus orígenes han inspirado nuestra vida republicana: la búsqueda de la mayor igualdad entre los ciudadanos en campos como el educativo, la salud, la vivienda, las oportunidades para el ascenso social y crecimiento económico.

Un voto en fin, por la defensa de los valores democráticos de la tolerancia, del respeto por el pensamiento ajeno, de la no discriminación del hermano, de la solidaridad. Nuestro compromiso patrio, es acudir a las urnas y con nuestro voto responsable garantizar la permanencia de todos aquellos valores que han hecho de este pedazo de tierra, un campo fértil de permanente paz, donde, para alegría ante los ojos del Creador, cohabitamos en fraternal armonía con los miles de hermanos provenientes de los más diversos rincones de la geografía mundial.

 

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