noviembre 24, 2024

Doña Elena Ledezma Campos y la Casa de las Velitas

0

E. Danilo Pérez Zumbado

Resulta fuera de lo común que una mujer nacida a principios del siglo XX, lograra un notable desarrollo en los negocios en una época y un medio sociocultural dominado por los hombres. Si el patriarcalismo extiende todavía su presencia hegemónica a estas alturas del siglo XXI, cabe preguntar cómo fue posible que una mujer arrancara tal iniciativa, a mitad de la década de los cuarenta, en un campo, la producción empresarial, que ha sido históricamente “coto de caza” masculino.

Elena Ledezma Campos nació en 1913, en la Ribera de Belén y murió en 1995, a los ochenta y tres años. Fue descendiente de familias típicas y representativas de ese distrito. Buena parte de su vida transcurrió en la propiedad de su padre, Jesús Ledezma, lo que hoy es propiedad de los herederos de doña Irma Reimer. Se distinguió desde joven por emprender proyectos productivos y su inclinación al estudio autodidacta. Desde niña hacía pan para la venta en el vecindario, expresión de su tendencia empresarial. Estudió la primaria y, luego, muy joven con el apoyo de sus primas las hermanas Campos de San Antonio, impartió clases en la Escuela de la Ribera, en el primer local de esa institución, a saber, la casa actual de quien fuera don Licho Araya, frente a la propiedad de don Mancho Chaves.

Las vueltas de la vida la condujeron, quizás por necesidad y devoción, a cuidar sacerdotes en retiro. Primero acompañó al padre Campos por años en San Pablo de Heredia y luego al padre Sánchez en San José. Este acercamiento al mundo eclesial constituyó un parteaguas, allí esclareció lo que serían sus actividades empresariales futuras. El mundo religioso eclesial, supuestamente más comprometido con lo espiritual, le presentó la oportunidad para los negocios. Esto en lugar de serenarla en cuanto a expectativas, acicateó su visión empresarial. Gracias a su curiosidad y observación supo que los ornamentos de los sacerdotes, para las distintas actividades religiosas (misas, horas santas, etc.), eran importados desde el extranjero, específicamente de Europa. Se le ocurrió que los mismos podrían ser hechos en el país. Con esa intención recibió un curso de alta costura y aprendió a confeccionarlos.

Una vez con el conocimiento, importó materiales desde Europa y empezó a ensayar y producir sotanas, casullas, albas, cíngulos y estolas, entre otros ornamentos. Al principio aprovechaba el viaje al viejo continente de amistades adineradas, a quienes encargaba la compra de las telas y, con el tiempo, ella misma viajaba y se encargaba de las gestiones. En la década de los cuarenta del siglo pasado instaló un taller con varias operarias en San José para tales efectos. Amplió sus negocios confeccionando hostias y distribuyendo el vino de consagrar a distintas parroquias.

El negocio creció y una vez consolidado, en un viaje a Alemania visitó una fábrica de velas y candelas y cayó en la cuenta que era otra línea de producción que podría explotar, ya que la iglesia católica, igualmente tenía una gran dependencia de la importación de estos productos del exterior. Así fue como el culto de encender velitas en honor a santos, pagar promesas o para apaciguar los sufrimientos de las ánimas del purgatorio, se convirtió también en una actividad económica exitosa. Adquirió los moldes fundidos de las velas e importó parafina, pabilo y otros materiales para su producción en el país. Ya para entonces, bien estaba asentada en San José, específicamente en Barrio Cuba, dispuso de un taller con varias máquinas y un número significativo de empleados que se dedicaban a las distintas ramas de producción. En razón de la producción de las velas bautizó su empresa con el nombre de La Casa de las Velitas. Su época de apogeo fue entre 1960 y 1985. Su éxito se fue tal que monopolizó la producción de velitas pues los talleres artesanales existentes no pudieron soportar la competencia y fueron desplazados. Fue proveedora de la Casa de María Auxiliadora por cincuenta años y la mayoría de las parroquias del país adquirían sus productos en su empresa.

A pesar de haber salido de la Ribera mantuvo una relación permanente con sus familiares y amigos. En particular, apoyaba a su familia, los hermanos Ledezma Campos (Noé e Isolina residentes en la Ribera y Margarita, Luis, Balbina y Antonio residentes en otras localidades del país). Apoyó igualmente a sobrinos, algunos de los cuales recibieron recurso económico para el estudio. Nuestro estimable amigo el Dr. Oscar Ramírez Villanea recuerda con agradecimiento la colaboración que doña Elena le diera para terminar sus estudios de medicina en Brazil. Destacaba también por dar trabajo a vecinos de la Ribera de baja condición social a quienes traía, en una camioneta VolksWagen, materiales tales como velas, mechas, para que armaran el producto en una modalidad tempranera de maquila. En las épocas de navidad se dedicaba también a enviar regalos a familiares y vecinos del barrio. Otra manifestación de su generosidad era el dar hospedaje y apoyo a madres solteras y huérfanos.

Fue por ende, una mujer de gran visión empresarial en una época en la cual a la mujer, por razones políticas, sociales y culturales, se le asignaban solamente papeles secundarios en la economía y cuya misión era, en el mejor de los casos, prepararse en las labores hogareñas y perseguir un buen matrimonio.

Fuente:entrevista realizada al Dr. Oscar Ramírez Villanea, al cual agradecemos su colaboración.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *