Carta desde el Campo de Refugiados 1. La Historia de Yuru Harriet
Mc 10: 28-31 Pedro dijo a Jesús: «He aquí, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.». Respondió Jesús: «En verdad os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras, por mi bien y por el bien del Evangelio, que no es ya reciben ahora, en este momento, cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero. Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros».
Queridos amigos,
Nuestra vida continúa en el Norte de Uganda, aun no tenemos casa, pero como Jesús prometió a Pedro, hasta el momento no nos ha faltado qué comer, dónde dormir, una comunidad con la cual compartir nuestras incertidumbres y preocupaciones del momento y en la cual restaurar nuestra energía física y psíquica, y además una iglesia en la cual alabar al Señor e implorar la misericordia de nuestro Dios.
Les escribo para compartir fragmentos de vida, historias de nuestra vida y la vida de nuestros hermanos y hermanas en los campos. Para nosotras, hermanas misioneras, la vida es incierta. No tenemos aun una casa donde estar, estamos pidiendo a la Providencia que nos ayude a construir una casa pequeña y sencilla donde compartir la vida cerca de nuestros parroquianos en los campos de refugiados. Hemos estado un tiempo en Kampala para solicitar el permiso de residencia para poder permanecer en Uganda, lo hemos logrado gracias a Dios, y ahora nos encontramos temporalmente apoyadas en una de nuestras comunidades en el Norte del país.
Mientras tanto, cuando podemos vamos a visitar nuestros amigos en los campos y a recoger fragmentos de la vida, sus dificultades y esperanzas. Sus historias son a menudo historias de hambre, de enfermedad, de imposibilidad de estudio para los de la secundaria, de desempleo, de incertidumbre… Algunos recuerdan con nostalgia el pasado, el exilio es la privación de la normalidad… aunque no sólo eso.
Esta que les comparto ahora es la historia de Harriet, su historia es dramática, pero al mismo tiempo es portadora de dos pequeñas semillas de esperanza que han de ser cuidadas para que la vida venza.
Yuru Harriet es una joven madre que hace un mes dio a luz a dos gemelas. Vive en una pequeña tienda, tan baja que para entrar hay que doblarse. Su marido es discapacitado y para caminar se ayuda con una muleta de madera. Me detuve a saludarlos y para compartir la alegría de esas dos hermosas criaturas. Harriet no habla mucho inglés, pero consigue comunicar algo, con ella estaba otra mujer que comenzó a contarme la situación de la joven madre. Harriet, como muchos otros en el campo, está realmente sufriendo el hambre. Su seno, magro y tirado, no produce leche porque ella misma no se alimenta suficientemente, como consecuencia, también sus bebés están desnutridas. En el campo, la alimentación es escasa y todos están preocupados porque no saben cómo alimentar a las pequeñas. En el Norte del país, aun no llueve regularmente, de vez en cuando viene un fuerte aguacero, pero después pasan días o semanas y nada. La esperanza de la gente está en la lluvia para comenzar a cultivar los campos. El padre de las bebes me dijo que él no puede hacer mucho, pero que bien o mal consigue trabajar el campo solo que por ahora el suelo es duro y seco.
Al ver estas dos frágiles vidas en esas condiciones, mi temor es que mueran de hambre o de enfermedad. En el pueblo más cercano, encontré una casa que acoge madres en dificultad y es administrada por las hermanas de una congregación local, pregunté si podrían acoger a la madre con las niñas por lo menos por un tiempo mientras las bebes se vuelven más fuertes; y ellas me respondieron que deben seguir el procedimiento correcto. No pudiendo quedarme allí por más tiempo, pedí a una amiga seguir el caso. La vida humana se ve amenazada por un desplazamiento injusto y absurdo, porque no hay ninguna razón que condene a los niños a nacer en esas condiciones.
En la oscuridad del corazón humano, nosotras obstinadamente buscamos signos de luz y de esperanza, para que la vida venza siempre. En nombre de la fidelidad a Dios y confiando en su promesa de que «los últimos serán los primeros», cuidamos de estas semillas de vida nacidas en suelo extranjero, para que puedan florecer y sus flores también hagan primavera. Un abrazo bajo la bendición del Eterno, hna Lorena Ortiz, Misionera Comboniana.