Belén, prohibido olvidar nuestras raíces
- Si nos sentimos orgullosos de este cantón, debemos trabajar más en conservar el legado de los abuelos y abuelas.
- Muchas cosas han cambiado, conservamos la mística de pueblo, pero vamos perdiendo las tradiciones.
Redacción El Guacho
El sentirnos sumamente orgullosos de vivir en este cantón, no es una novedad. El belemita se ha caracterizado por profesar un gran orgullo por esta tierra donde vivimos.
Este arraigo se sustenta en las condiciones geográficas e históricas que han confabulado para hacer de este pequeño territorio de 12.15 km², un pueblo con una mística que produce un fuerte sentido de pertenencia. El formar parte del Valle Central es una de estas condiciones favorables, ya que desde Belén nos podemos desplazar fácilmente hacia las cabeceras de provincia de San José, Heredia y Alajuela, amén de los servicios de buses, buenos en unos casos, pésimos en otros.
Belén ciertamente se ve beneficiado de lo que en el análisis geográfico se denomina “la dinámica de centros y periferias”. El desarrollo económico y social del cantón nos ha llevado alcanzar las ventajas que suele poseer “un centro”, a saber: buenos servicios básicos y de fácil acceso, mayor acceso a entretenimiento, mejores vías de comunicación, buenas ofertas comerciales, mejor educación y salud, entre otras.
En lo que corresponde al desarrollo histórico, Belén se caracterizó durante la mayor parte del siglo pasado por ser un “pueblo de paso”, por aquí pasaba el antiguo camino de mulas que llevaba nuestro grano de oro rumbo al puerto del Pacífico y, posteriormente, fue el tren el que cumplió con este rol para la economía de nuestro país. Por supuesto, esta condición favoreció la dinámica comercial del cantón.
El gran cambio en el uso de la tierra belemita nace del modelo de “sustitución de las importaciones”, en el cual Belén se vislumbró como la punta de lanza de este paradigma económico durante la segunda parte del siglo XX. Paulatinamente, fuimos cambiando la agricultura por la industria, hasta llegar a finales de los ochenta y, en los noventa, con el advenimiento del neoliberalismo como política de Estado, nos constituimos como el modelo a seguir del sistema, con las múltiples zonas francas, los edificios comerciales y la inversión extranjera, implantada en nuestra economía.
Está en el debate si este último período de transformaciones en el modelo económico ha rendido los frutos esperados, si el prometido “progreso”, a razón de abandonar el comercio propio por uno grande y “competitivo”, ha llegado a beneficiar a las mayorías, o bien, si fue solo una estrategia que terminó beneficiando a una minoría privilegiada.
Lo cierto es que muchas cosas han cambiado: conservamos la mística de pueblo, pero vamos perdiendo las tradiciones; son menos los puntos de reunión para el encuentro de vecinos; los espacios de tertulia son más limitados; los parques públicos son cerrados por alambres que impiden la toma de espacios por la juventud; las organizaciones sociales como los comités de vecino, las asociaciones de desarrollo –salvo contadas excepciones– son cada vez más escasas y el interés del belemita por participar en ellas viene desapareciendo.
Si queremos conservar la identidad de nuestro cantón, debemos preservar esa historia que alimenta el sentir y orgullo de ser belemita. Es necesario que el patrimonio cultural tangible e intangible comience a ser visto no como un plato de segunda mesa por la alcaldía ¿Por qué no impulsar un museo de cultura popular que refuerce y conserve nuestra identidad?, ¿por qué desde la alcaldía se sigue menospreciando la necesidad de un centro cívico cultural?
Si nos sentimos orgullosos de este cantón, debemos trabajar más en conservar el legado de los abuelos, nos corresponde defenderlo para que no vayamos a terminar con un progreso vacío que no trasciende el cemento y los “call center”. Belén es mucho más que eso, es historia, es cultura, es tradición, rescatemos nuestra memoria y hagámoslo ya, las futuras generaciones cuando se reivindiquen con orgullo como belemitas, nos lo agradecerán.