Belén: más que un “pueblo de paso”
Redacción El Guacho
Muchas personas que viajan a través de nuestra comunidad piensan en Belén como “un pueblo de paso”, un lugar cuya única relevancia es que tiene que ser atravesado para llegar a un destino final. Una afirmación cruel de quienes sólo ven las calles de Belén a través de la ventana de un automóvil. Sin embargo, existe un trasfondo histórico sobre esta visión de nuestra comunidad que pudo fijarse desde épocas antiguas en la mentalidad costarricense.
De los caminos indígenas a los arrieros de mulas
Belén fue habitada en sus inicios por indígenas huetares, del Reino Huetar de Occidente bajo el mando del Cacique Garabito; quienes formaban caminos apilando lajas muy bien definidas, cuya geometría hiciera que calzaran a la perfección para formar el camino.
Fue en el siglo XVIII que se asienta el primer grupo familiar en la Asunción, para luego extenderse hacia la Ribera y San Antonio. Para este entonces, aún eran utilizados los antiguos caminos de piedra indígenas que existían, sobre todo para el paso de los bueyes y el arreo de mulas.
El camino real a Panamá
Ya en tiempos de la colonia, la Corona Española desarrolló el ambicioso proyecto de hacer un camino que recorriera toda Centroamérica, “el camino real a Panamá, la vía directa, longitudinal, de México a la ciudad de Panamá, hoy reemplazada por la carretera interamericana, fue completada en 1601 con el tramo faltante en Costa Rica entre Pacaca Vieja (Tabarcia del cantón de Mora) y Chiriquí, llamada entonces Alanje, en territorio de Panamá.”.
Belén, en este camino, fue parte de los nuevos tramos que unían varios puntos del Valle Central con el Camino Real a Panamá, específicamente, del empalme por el camino de los Pozos (Barba-Pacaca), el cual “salía del Valle de Barba, pasaba por Belén y cruzaba el Virilla en “el paso de las mulas” cerca de donde se construyó más tarde el llamado “Puente de Mulas”, conocido antiguamente como “Puente San Nicolás”; por el camino de los pozos bordeaba el costado oeste de los cerros de las Palomas, donde hacía un alto en el sitio de Santa Ana”.
Este paso era importante, pues en el Valle del Barba proliferó el comercio “arriero”, medio de transporte primordial para la época, y Belén conectaba el Valle del Barba con el camino para llegar a Esparza. Nuestro cantón, ya en aquel entonces, era considerado como “pueblo de paso”.
Sin embargo, parece que quienes tenían contacto con las familias locales quedaban encantados con ese pueblo, justo a la mitad del Camino de los Pozos, en especial con la pequeña posada de doña Lencha Moya.
Sobre esta posada, el irlandés Thomas Francis Meagher se expresó en uno de sus relatos: “a dos leguas y media de San José nos detuvimos en la posada de La Asunción. Encontramos en esta posada, con su blanca y ancha cara que relucía por entre las nubes de polvo amarillento que levantaban las carretas, era un buen retiro […] la atmósfera se sentía fresca y ricamente perfumada, el mueblaje de extraña forma y profusamente tallado era todo de caoba negra y parecía como si lo frotasen asiduamente. Testimonios vivientes de ello eran las tres muchachas rollizas, vivarachas y de ojos de diamante, hijas de la dueña de la casa, viuda frescota cuyo retrato ponemos aquí, que en torno de la mesa se deslizaban llevando tazas rebalsadas de chocolate delicioso, los más ricos huevos que puedan imaginarse y naranjas de los árboles que sombreaban y perfumaban la casa”.
Este lugar también era frecuentado por don Juan Rafael Mora Porras (Juanito Mora), dueño de la Hacienda Ojo de Agua, lo cual le confirió muchas amistades y siempre se expresó de la mejor manera acerca de la comunidad.
Podemos ver que en aquel entonces, ya se había resuelto el tema: solo quienes que se detienen en Belén a disfrutar del paisaje, su gente y su cotidianidad, entenderán lo mágico y especial de este “pueblo de paso”.
**Para la realización de este artículo, se investigó en el libro Guía didáctica de la información publicada sobre el cantón de Belén, de Núñez, Y., así como en Y las mulas no durmieron… Los arrieros en Costa Rica siglos XVI al XIX. de Molina.
Muy intetesante la historia. Lo malo de esto es como esta emigrando la gente que nació en el cantón para darle paso al crecimiento del acero y el cemento dentro de aquellas fincas que cosecharon tomate, camote, y café entre otras. Asi evoluciona el hombre, destruyendo a veces el pasado. Que triste.!!!