¡Con las manos en la masa!
María Amalia Zamora Mora
Belén es un pueblo bendecido en recursos y personas extraordinarias. El primer contacto que tuve con una de ellas fue por teléfono. Una vocecita dulce me atendió la llamada y seguido a mi presentación, Doña Blanca quedó –me dio la impresión- un poco desconcertada y sin saber que decir, pero poco a poco aceptó mi entrevista. Me recibió en una casita bella, como las de antes, y llena de pasado. De los muros cuelgan fotografías de familiares amados. Limpia como un ajito.
Sentadas en la mesa de la cocina empezamos a conversar. Debo reconocer que mientras la escuchaba, me maravillada de ver aquella pulcritud de señora, con un delantal y todo. Pocos minutos habían transcurrido y ya una podía percibir que la bondad de doña Blanca Castillo, no solo estaba en su hablar, sino también en su mirar.
Procedentes de Orotina, don Manuel, doña Blanca y 5 de sus 8 hijos llegaron a Belén hace más de 55 años. Llegaron en condiciones bastantes difíciles, pero bien dice el refrán que ¡en la adversidad, sale a la luz, la virtud! Entonces comenzamos formalmente la entrevista:
¿Cómo fue que se convirtió en la señora que muele el maíz de pueblo? Porque es por eso; por lo que Ud. es conocida aquí, ¿verdad?
-Cierto y con eso fue con lo que compramos aquí (en alusión a su casa). Nosotros llegamos con las manos en la cabeza con solamente chiquillos. Comencé a vender tortillas de poquitos, porque, diay, no podíamos porque mi esposo no tenía trabajo. Diay, llegamos a alquilar aquí esta casa que vieras como estaba, pero Ud. sabe cómo es cuando uno no tiene donde meterse…
Ahí comenzamos, a los días ya cogíamos café con Manuel, el esposo mío. Y yo me quedaba con dos que estaban pequeños. Y luego de las cogidas de café, Dios le reparó trabajo a Manuel en la Compañía de Fuerza y Luz. Ahí trabajó 22 años. Empezamos nada más que con lo mismo que él traía para nosotros, yo comencé a vender poquitos. Cuando eso eran las tortillas a 5 céntimos. No estaba la Tica (Tex), no había esa carretera que hay ahora.
Entonces Ud. ¿empieza a vender tortillas a poquitos?
-¿Ud sabe quién fue el que más me hizo como la venta? Froilán Vargas sí. Ahí tenía un negocito (señalando el frente de su casa). Como una pulpería, y entonces él me comenzó comprar tortillas. Claro, a todo el que llegaba a la pulpería, él les decía que yo echaba tortillas y que muy ricas y que yo qué sé qué y entonces comenzó la gente a llegar. Así, con lo que iba vendiendo, compraba maíz e iba vendiendo. Quebrábamos la masa en una máquina, que ahí tengo todavía la tablita donde poníamos la máquina y quebrábamos. Ya se fue haciendo grande, más venta de tortilla. Entonces Manuel iba, todas las madrugadas, antes de irse para el trabajo, iba con un perol de maíz a quebrar allí donde era el molino, ahí abajo, ¿cómo se llamaba ese señor? Lelo. Él también trabajaba en la compañía. Entonces yo me quedaba haciendo tortillas, ahí donde ve la cocina (me señalaba la cocina de leña). Ahora ya no la ocupo porque ya ahora como vendo menos tortilla, y todas se me casaron, y Ud. sabe que uno poco a poco se va cansando.
(Doña Blanca continua)
-Así comenzamos echando tortillas, y dele y ya de último era el perol más grande, y entregaba tortillas a la Tica. Ya abrió la Tica, entonces me comenzó a comprar, ya eran 300 tortillas. ¿Usted sabe lo que es hacer 300 tortillas a 5? Tenía que mañanear mucho. Y cuando eso eran palmeadas y a pura mano. Yo dure moliendo masa, a pura mano, más de 20 años, a pura mano.
Más de un secretillo debe tener Usted, ¡hacer 300 tortillas!
-Ah, y eso no es nada, fíjese que una vez, para una nochebuena de la Tica, como hacían fiestas, una vez nos encargaron 800 tortillas. Yo las palmeaba. Eso sí, las muchachas estaban más grandes: yo las palmeaba en esa mesa que tengo ahí, la sacábamos para acá, Flor las echaba y la otra, las iba contando. Y así íbamos. Una vez echamos más de 1000 tortillas.
¿A pura mano? ¡Eso es un arte!
(Risas) Usted sabrá. Pero sí, por eso tengo las manos así. (Pero no crea el lector: las manitas de doña Blanca son bellas y muy sanitas.) Después de 20 años me dice Manuel: “Blanca, ¿vos no has tanteado con la maquinita? Ahora salen maquinitas”. Le digo “¿Cómo son?” y ya me dijo él, y le dije “diay, haceme una”. Por cierto, ahí la tengo. El la hizo. Yo me muero y ahí queda para que las chiquillas muelan.
Y, ¿cómo es el proceso del maíz?
-Diay, el maíz lo que tiene que tener uno es mucho cuidado a la hora que pone el maíz, que no se pase de cal. Porque si Ud. pone el maíz y no le pela, la tortilla entiesa, porque queda con el hollejo. Hay que saber echarle la cal, y va moviendo y moviendo y ahí comienza a pelar. Cuando ya el maíz está peladito y uno lo toca, y ya está suave, uno lo apaga y después se lava. Bien lavadito, eso sí.
¿Cuál es el proceso del maíz cascado?
-Yo no vendo maíz cascado, yo vendo de este. (Y me muestra el maíz que tiene remojando en unas tinas).
¿Cuál es la diferencia entre el maíz cascado y este que tiene Ud.?
-Bueno, es que el otro -el cascado- es como quebrado. Pero para pozol, el cascado, a mí no me gusta porque sale muy atoludo. En cuando este no. Este, usted se lo lleva, lo pone en el congelador, y el otro día hace el pozol. (El maíz blanco que vende doña Blanca, sirve tanto para pozol como para tortillas).
¿Cómo es que la gente viene hasta aquí?
-Diay, yo no sé Dios de dónde saca tanta gente porque desde Ojo de Agua, de la Ribera. Yo no sé, si será que la misma gente va diciendo. Porque llega gente -que yo ni las conozco- y me dicen Doña Blanca pa’rriba, Doña Blanca pa’bajo. Mucha gente trae el maíz a quebrar aquí. Ellos lo cocinan pero lo principal que tiene es que no saben pelarlo. No sé si será que no le echan cal o no saben calcular pues lo traen con el hollejo.
Y para los turnos, ¿la vienen a buscar?
-Sí, claro. Ahora para el de San Antonio, llevaron bastante maíz.
Ah, y es que la gente aquí seguro come mucho pozol…
-Aquí TODO el mundo come pozol. Ya ve, en Orotina -que se produce el maíz- no sabe la gente que es pozol. Allá, lo que dan en rosarios y todo; es picadillo de papaya. Es que aquí a todo el mundo le encanta. Aquí vienen y llevan 1 kilo, 2 kilos y no saben cómo se cocina. Porque si son poquita la gente, un kilo es suficiente.
Y entonces me muestra el molino…
-Cuando Manuel ya no podía alzar los peroles, se fue a comprarme el molino -parecía que sabía que se iba a morir. Me compró el molino, lo instaló, me compró unas tinas para la masa. (Y me muestra cómo se echa el maíz en la tolva). La masa lleva más proceso que el maíz.
Fueron unos magníficos 30 minutos con doña Blanca. Una mujer extraordinaria a la que no se termina de admirar: 87 años, 8 hijos, 22 nietos, 2 bisnietos y 1 tataranieto y aún hace y vende tortillas. Su humildad trasciende la belleza del ser y la engalana. Ha trabajado toda su vida con tesón, constancia y pasión. Muchas gracias, Doña Blanca, por el ratito conversado y por las tortillitas que me supieron ¡a gloria! Y a usted que me lee: que no se le pase irle a comprar tortillitas caseras.