La revalorización del saber indígena
Por: German Daniel Alvarado Luna, historiador.
Generalmente, cuando se piensa en los pueblos indígenas (categoría que vale aclarar es imprecisa pues incluye una multiplicidad de pueblos heterogéneos con sus propias formas de llamarse y concebirse) los vemos como lejanos, extraños y exóticos y asociamos sus modos de vida con el “salvajismo”, el “primitivismo”, la “barbarie”, “el atraso” y el “subdesarrollo”:
Ante esta idea es preciso hacer varias acotaciones. Primero, números estudios hechos por antropólogos, historiadores y biólogos han demostrado que la conformación tanto cultural como genética de la población actual de Costa Rica tiene un fuerte componente indígena. Es decir, nuestras raíces no provienen únicamente de España como lo postula el imaginario nacionalista vallecentralino, tanto nuestros cuerpos como algunos aspectos de nuestra cultura reflejan la fuerte presencia de lo indígena y también de lo afrodescendiente. En el caso del Valle Central, además de la corporalidad, muchas de nuestras formas de ser, comidas, tradiciones, palabras de uso cotidiano, conocimientos y formas de relacionarse con la naturaleza provienen del pueblo Huetar.
Segundo, es necesario reconocer que estos pueblos más allá de ser piezas de museo o gente sumida en el “atraso” a los que hay que salvar; han desarrollado un modo de vida complejo y válido, con filosofías, conocimientos, tecnologías, sentidos de la existencia y formas de organizarse producto de una larga de acumulación de experiencia tanto por la apropiación material e intelectual de sus entornos locales como de los distintos procesos sociales que han vivido La validez de este modo de vida, cobra mayor vigencia ante la crisis ecológica, social y psicológica que ha desembocado la sociedad moderna. En otras palabras, esta valorización del modo de vida indígena, no solamente se reduce a un acto democrático, sino también es una interpelación a la modernidad, pues además de resistirla se posiciona con importantes herramientas para superarla.
El pensamiento occidental moderno se ha caracterizado por ceñirse en una relación de dominio y control sobre los cuerpos y la naturaleza. Esto se ha facilitado con el desarrollo de todo un “corpus de conocimientos” tanto técnico-científicos, como morales, filosóficos, religiosos y estéticos. La manifestación más fuerte y clara de ello en la actualidad ha sido el ideal de progreso y desarrollo, el cual postula que el bienestar de una sociedad se define únicamente por la materialidad, siendo el crecimiento económico a través de la explotación de los cuerpos y la naturaleza su requisito indispensable. Igualmente, este pensamiento postula que todo aquello que no se acople a sus propósitos y marcos de operación debe “dejarse morir”, de ahí que muchos de los saberes de otros pueblos, además de ser olvidados y omitidos, por medio del aparato de violencia también son desvalorizados, estereotipados y en el peor de los casos destruidos. Existen casos donde el pesimismo moderno homologa mediante operaciones fáciles a todas las sociedades que han existido hasta ahora, lo cual es una clara omisión a la especificidad de cada una de ellas, producto de la falta de estudio o de la misma ceguera que produce la modernidad, pero que tiene fuertes implicaciones sociales tales como las justificaciones al actuar colonial.
El modo de vida indígena, haciendo la fácil operación de generalizar y no ubicar a cada cual en su justa dimensión, es uno que entiende al mundo desde la totalidad y la complejidad. Lo anterior quiere decir, que cada una de las partes del todo está fuertemente interrelacionadas, o sea, las partes no son en sí mismas, sino en cuanto a su relación con lo demás. Esta relacionalidad rechaza la naturaleza jerárquica del orden cósmico. No existen jerarquías, sino correspondencias entre entidades del mismo valor o peso. La manifestación de lo anterior es una ética cósmica que se refleja un conocimiento, tecnologías, cosmovisiones y formas de organizarse que van a favor de las fuerzas de la naturaleza y de la comunidad. Se comprende que el bienestar de la sociedad depende del bienestar del cosmos, siendo lo espiritual un importante componente de ello.
Como las transformaciones culturales no son rígidas y debido a que nosotros producto de un mestizaje es posible que ambas convivan en nuestros interiores por medio de múltiples disputas. Así, la revalorización además de ser un acto democrático y por la búsqueda de nuevas alternativas, es una revalorización de una parte de nosotros mismos, de aquella parte conectada con el cosmos, de aquella parte que busca el bien de todos.
German Daniel Alvarado Luna
Colectivo Tisies
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