noviembre 23, 2024
El primer beso, por Salvador Viniegra

En Belén, las personas se levantan y viven con todo lo que la vida implica: quienes tienen hambre, buscan alimentos, ya sea en un lujoso restaurante o en la pulpería; quienes tienen frío, buscan abrigo, ya sea en el mall o en la “ropa americana”; aquellas parejas con deseos de satisfacer sus apetitos sexuales, lo hacen, ya sea en una cama matrimonial, en un motel, en un potrero, detrás de los bambús o de la estación de tren, por citar solo algunos lugares.

Tal vez algunas personas se pregunten ¿cómo algo tan privado como el sexo afecta a toda la comunidad? Pues bien, para empezar si es un acto entre al menos dos personas, deben, idealmente, conversar sobre métodos anticonceptivos (en caso de no querer un embarazo), sobre qué prácticas les gustan o cuáles no, sobre cómo pueden mejorar la dinámica sexual, por señalar solo ejemplos básicos. Sin embargo, si este tipo de charlas a nivel social se encajonan como sancionables, probablemente exista una mayor dificultad para animarse a hablar con la pareja al respecto. Si esto ocurre, aumenta la probabilidad de enfermedades, embarazos no planeados e insatisfacción sexual.

En el plano emocional, mantener el tabú sobre la sexualidad y continuar ligando la vivencia de esta a un acto negativo, implica una serie de sentimientos de culpa por impulsos que, como seres humanos, siempre tendremos presentes. En este sentido, resulta necesario hablar sobre el tema como se hablaría de otros placeres de los que gozan los belemitas como la comida o el deporte.

Si se compara el sexo con la comida, veremos que existe una gran variedad de recetas y gustos y, en este sentido, no porque un vegetariano comparta su experiencia como  tal y los placeres que ha descubierto en esta forma de comer, se debe sancionar a esa persona por no seguir las recetas convencionales. Si usted disfruta la comida tradicional, sígalo haciendo, si ama los caldos, las ensaladas, las frutas o las carnes, nada cambiará porque una persona con una experiencia diferente se exprese. Es posible que esa experiencia ayude a algún ser querido suyo a comprender y disfrutar mejor su comida, aunque lo haga de una forma distinta a la suya.

Si se compara el sexo con el deporte, veremos que conocer al equipo, desarrollar una estrategia, comunicarse para identificar las debilidades y fortalezas, ser consciente del nivel y trabajo que se requiere para llegar a sentir la satisfacción del triunfo, son solo algunos puntos que comparten estas dos prácticas. Sin embargo, no porque existan jugadores de bajo rendimiento o que apenas están en el proceso de auto-reconocimiento en un deporte en específico, se debe dejar de hablar del deporte en general, sus beneficios y los cuidados necesarios para evitar lesiones. Pasa lo mismo con el sexo: mantener el tema en silencio, no hablar de los peligros y los beneficios, puede generar que, por ejemplo, un adolescente asuma la pornografía como una guía sexual (el equivalente a que, queriendo ser futbolista, solo se entrene viendo videos de «Supercampeones», «Cebollitas» o alguna otra serie sobre el tema), sin ser consciente de lo mucho que se puede alejar la fantasía de su propia realidad.

Un ejemplo de esta incapacidad para marcar una diferencia, se puede ver en un caso que ha tenido mucha presencia en las redes sociales: el pervertido de San José. Hombres como él que, ante la incapacidad de comunicarse efectivamente o de simplemente reconocer límites, asumen que la otra persona solo debe funcionar como objeto, para un fin específico, en un momento en particular: lo que ella piense, sienta o desee no es importante.

Esta actitud no es sana y, evidentemente, no solo perjudica a la persona que el acosador o acosadora persiga, sino a quienes sepan que son un posible objeto de acoso y pierden, en el menor de los casos, tranquilidad para desplazarse. El rechazo hacia el acoso no se trata de un tema de apariencia física, quien acosa  puede ser un hombre guapo o mujer bonita, se trata de la impotencia que vive la otra persona de no ser escuchada, de sentirse vulnerable, de saber que no importa los límites que quiera establecer, la otra persona no los quiere ni los va a respetar.

Los seres humanos somos sociales por naturaleza, por lo tanto, un tema tan humano como la sexualidad, debe hablarse con completa naturalidad y apertura. «Hombre soy, nada humano me es ajeno» decía el filósofo Terencio. Si la sexualidad es una parte fundamental de nuestra humanidad, no debemos verla como algo ajeno y negativo; sino como algo que nos afecta e influye en la calidad de vida de los habitantes de la comunidad.

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