Sobre la palabra
La mayoría de las personas no somos conscientes del valor que tiene la palabra. San Juan en la primera carta dice: “Antes que todo es la palabra”; es decir, sin ella no existe nada.
La palabra nos acompaña en el camino, alumbra u oscurece el horizonte, forja nuestras ideas, la visión del mundo en general. Nos ayuda a construir: nuestra historia, los relatos, la memoria, los anhelos. Tiene el poder de edificar y destruir. No debemos utilizarla para criticar. El que lo hace, toma lo que la otra persona tiene de diferente y lo convierte en algo negativo. ¿Por qué razón?
Hay un dicho popular muy conocido: “Las palabras se las lleva el viento”. Eso no es cierto. Cada vocablo lleva dentro una carga significativa, que a veces hiere profundamente nuestros sentimientos y otras, por el contrario, brindan alegría, seguridad.
Cuando a un niño, a un adolescente o a cualquier individuo se les trata repetidamente de tonto (a), parásito, amargado (a), baboso. ¡Estúpido, no servís para nada! Es difícil que esas personas olviden tales voces, porque las palabras son físicas, duelen, oprimen, aplastan. Si por el contrario escuchan con frecuencia que se les quiere mucho, que son inteligentes, educados (as), valientes, responsables. Esas expresiones estarán siempre presentes porque al recordarlas los (as) llena de alegría y satisfacción. El viento se lleva todo: papeles, polvo, palabras inútiles; pero nunca los halagos ni los insultos que permanecen en nuestro corazón.
Es necesario pensar varias veces lo que se va a decir para no ofender a nadie ni mentir. El buen uso de la palabra proporciona creatividad, concentración y salud. Ojalá utilicemos solamente palabras que empoderen a los demás, les abra puertas, los (as) haga fuertes, seguros(as), felices, y olvidemos por siempre los vituperios, que llevan tanto a la mujer como al hombre por un sendero de aflicción y desaliento.