marzo 28, 2024

E. Danilo Pérez Zumbado*

“Arar en el mar”, expresión atribuida a Simón Bolívar, se define como una labor inútil.

Existen tareas que, a ojos de los demás, no tiene sentido realizar pues sus resultados serán, irreversiblemente, improductivos. De manera que quienes se ponen frente a tales timones suelen llamarse idealistas, utópicos o locos. La vida, sin embargo, muestra grandes realizaciones inicialmente tachadas de imposibles. La determinación del mismo Bolívar de cruzar los Andes y atacar las tropas realistas parecía un irrealizable. No obstante, terminó en la Batalla de Boyacá de 1819 que dio independencia al Virreinato de Nueva Granada (la actual Colombia).

Hoy, ante la cacería frenética por el dinero de los convencidos de la economía neoliberal, hay luchas que se califican perdidas. En particular, el campo ambiental parece territorio de derrotas. El recién elegido presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ya ha dado muestras irrefutables de querer convertir el Amazonas, la mayor reserva mundial de oxígeno en el mundo, en una fábrica de dólares como producto de la previsible e inmisericorde explotación de grandes corporaciones locales y transnacionales.

En Costa Rica, como reiteración de tal ecocidio, la cuenca del Río Virilla se expresa como la más contaminada de Centroamérica. Por allí, transitan toneladas de plásticos, electrodomésticos, desechos médicos, aguas negras, entre otros detritus, de las urbes atragantadas por el consumismo. Sus orillas son progresivamente invadidas por construcciones informales o planificadas. Edificaciones empresariales, comerciales o habitacionales amenazan los mezquinos diez metros de protección, dejando sin respiro las pocas especies sobrevivientes.

Frente a esta fuerza devastadora, los entes públicos y municipales, por desidia, compadrazgo o incapacidad miran en otra dirección, siendo corresponsables de los desmanes de sus ejecutores. En Belén, que se cree “ombligo del mundo”, el río muestra los despojos de tal ejecutoria. No obstante, en la zona de los desaparecidos “Playones” y  el Puente de Mulas, otrora desfile de cataratas y riqueza invaluable de fauna y flora, acontece justamente una manifestación de esas luchas que se conciben perdidas.

Ángel Zamora Alfaro, músico y cantautor belemita, contra las predicciones omisas de sensibilidad ambiental y humana, se dedica infatigablemente a la protección de las orillas del Virilla. Solo o acompañado persiste en su interminable labor de sembrar árboles y plantas, de acoger aves migratorias y de escribir este salmo a la vida en sus canciones.

“Ara en el mar” con la plena convicción de que lo poco se hará grande. En YouTube, esperan los vídeos titulados “Maravillas del Virilla” sobre su marcha contra la desesperanza. En ellos, pasan frente a nuestras pupilas el verdor de los pocos pastizales, el arco de piedra del Puente de Mulas, cigüeñones, pericos, yigüirros cola blanca, serpientes, garzas azules, zopilotes y, entre esas expresiones del cosmos, un águila sobrevuela como signo de certidumbre de que esa gesta obtendrá su recompensa.

Por eso digo, un águila para Ángel, merecedor de nuestro respeto y admiración. En el futuro (futuro que solo es posible construirlo hoy), están sembradas las semillas que harán posible que esta marcha se revele en la recuperación y enriquecimiento del paisaje, el ambiente y la convivencia chamánica que inspira la faena de Ángel.

Aprovecho también estas líneas para reconocer el aporte reciente de Juan Carlos Murillo Sánchez  y de Bernardo “Boscoso” Rodríguez, el primero en su trabajo “Tras las huellas del pasado” y el segundo con su vídeo “La agricultura en Belén. Un legado ancestral”. Ambos ponen, respectivamente,  sobre la mesa una reflexión fundamental sobre nuestras poblaciones aborígenes hüetares y la práctica de la agricultura tradicional como muestras de la identidad y la cultura del cantón de Belén.

 

*Vecino de calle La Labor, catedrático de la UNA

1 pensamiento sobre “Una águila para Ángel

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