marzo 29, 2024

Licda. Isabel Hernández, lingüista.

Vecina del distrito de la Ribera.

En la tranquila comunidad de Belén, donde a las 9 de la noche la mayoría de negocios están cerrados, usted puede encontrar una gran diversidad de adictos. No sería extraño que conozca a más de uno, o incluso, que usted mismo lo sea.

La gama de adicciones va desde el completamente legal y necesario celular, hasta la ilícita cocaína. La comida, el sexo, los mensajes de texto, el licor, incluso el ejercicio, son solo algunos ejemplos.

¿Cómo reconocer una adicción?

De acuerdo con la psicóloga Paula Vernimmen Aguirre, la persona siente una necesidad obsesiva hacia el objeto de deseo; tiene un comportamiento compulsivo en la búsqueda de este; carece de control sobre sus acciones, ideas y sentimientos; su estabilidad y tranquilidad dependen por completo de satisfacer su adicción; finalmente, no dimensiona las implicaciones negativas de su problema, con lo cual se deterioran las relaciones sociales.

Sobre los orígenes mucho se ha dicho. Algunos estudios señalan problemas psicológicos y una predisposición genética a enviciarse más fácilmente, entre muchas otras posibles causas. Recientemente, gracias a las redes sociales, conocí por medio de una publicación de un especialista en Neurociencias, sobre el experimento del parque de las ratas, desarrollado por Alexander Bruse, en los años setenta.

El científico observó que en los experimentos sobre adicciones realizados con ratas hasta ese momento, encerraban al animal en una jaula solo y este debía escoger entre agua con drogas o sin ella. Por lo general, una vez probada la droga, se negaban a consumir el agua simple y terminaban muriendo por sobredosis.

Ante esa situación, Bruse se cuestionó sobre las condiciones de la rata y repitió el experimento en un escenario distinto. Creó un parque para este animal, donde tenía todo lo que podía desear: amigos, juguetes, su comida preferida, etc. En esta ocasión, la rata, a pesar de probar ambas bebidas, no desarrolló ninguna adicción. En conclusión, existía una fuerte relación entre la jaula y el problema. Cuando no existe otra fuente de satisfacción y el entorno carece de estímulos como las artes, el contacto humano y la posibilidad de desarrollarse plenamente, ahí hay caldo de cultivo para múltiples adicciones.

Sin ánimo de subestimar los otros factores que guardan una relación con las adicciones, este experimento evidencia la gran importancia del entorno social. Es decir, la adicción de una persona, no es un problema individual, es un colectivo.

Necesitamos entender que la población belemita, y en especial los jóvenes, necesitan espacios de esparcimiento, de contacto social, donde puedan expresarse, donde no se les límite a ser un número en una competencia deportiva, a ser una “reina” en un concurso de belleza, a ser “el borracho que aguanta más”. Espacios en los que no tengan otra exigencia más que la de ser ellos mismos.

Debemos cambiar la jaula del aislamiento al que conduce el individualismo y el exceso de la competitividad actual, a un extorno de mayor apertura y conexión entre los miembros de la comunidad belemita.

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