marzo 29, 2024

Así luce ahora el edificio que antes fue el Cine Murillo

Ronald Díaz V.

El cine siempre ha sido uno de los grandes entretenimientos de nuestra sociedad. La experiencia de sentarse en una sala con decenas de extraños para compartir las emociones que emanan de la gran pantalla, es insustituible.

Por eso nos gusta el cine, porque compartimos con otros la risa, el llanto y el miedo, y nos da la sensación de estar acompañados en este mundo plagado de incertidumbres.

Ha de ser por eso que uno de los recuerdos más memorables que guardo del Belén de antaño, son aquellas tardes y noches que compartimos los parroquianos de entonces, en el querido cine Murillo.

A pesar de lo aburrido que pueda ser nuestro cantón, hoy existen infinitas posibilidades de entretenimiento en comparación con el ostracismo obligado de aquellos belemitas atrapados sin remedio en 12 kilómetros cuadrados de soledad.

Resultaba natural, entonces, que el gran evento para reunir al pueblo, además del fútbol, los turnos, la misa y las vueltas de rigor por el parque, fuera la cartelera del cine Murillo.

Quienes no vivieron esa experiencia deberán imaginar una sala en donde una buena cantidad de espectadores fumaban como murciélagos. Tal era la fumarola que una densa nube de humo solía impedir ver con claridad las imágenes del celuloide, pero eso no importaba, porque la película en sí, era solo una parte del espectáculo.

Como si se tratara de un estadio, el público acostumbraba gritar, chiflar y realizar todo tipo de acciones que convertían las tandas del viejo cine Murillo en una actividad interactiva adelantada a su época.

¡Ay de aquel pobre necesitado que debía caminar hasta el baño en media función!, pues cada paso era acompañado por la exclamación “¡Ufa!”, generosamente entonada por “la canalla”.

¿Y qué decir del fulano que hacía explotar una bolsa de papel justo en el momento apremiante de una película de terror? A los brincos y gritos les sucedían las carcajadas de la audiencia, señal de aprobación por la ocurrencia; uno más de los “efectos especiales” del filme.  

Tampoco faltaba la desaprobación general ante aquel olorcillo desagradable proveniente de alguna flatulencia y el consiguiente coro de reclamos a viva voz.

¡Cómo olvidar las matiné de lucha libre con las películas de «El Santo»! Para nosotros, aquello era el equivalente a una transmisión en directo y por eso aplaudíamos y celebrábamos las victorias del mítico luchador, con candor e inocencia.

Así nos divertíamos. Sin importar la edad, en el cine Murillo no éramos más que niños traviesos seducidos por la magia del cine.  

Y eso, amigas y amigos… uno jamás lo olvida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *