abril 19, 2024

“Apuntes Históricos de mi Pueblo”: Capítulo VI. Deberes del Cura Párroco

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Una foto inédita del interior del antiguo Templo de San Antonio en la década de los 40. La fotografía y la información fue compartida a El Guacho por cortesía de Alfred Zumbado Arroyo.

Por. Filadelfo González Murillo*

NOTA ACLARATORIA: Este capítulo inicia haciendo referencia al final del capítulo V, en donde el cura Joaquín García Carrillo es nombrado en la parroquia de Belén nuevamente y llega el 13 de julio de 1877.

Estando iniciados los trabajos para la construcción de un nuevo cementerio, toca a él llevar a término el proyecto del Cura anterior. Apenas toma posesión del Curato y con su energía característica, emprendió pues la construcción del nuevo cementerio y, como no se contaba para dicha construcción con más recursos que las limosnas colectadas entre los vecinos voluntariamente, se optó por el sistema de turnos y rifas entre los vecinos.

Ya este fin divide la Parroquia en tres secciones, las cuales turnaban en días diferentes, rivalizando en el resultado monetario de sus actividades; él en sus pláticas dominicales, les animaba y despertaba entre las diferentes secciones una santa emulación.

Pero no se crea tan solo de esto se ocupaba, él personalmente guiaba a los novicios voluntarios a las cantinas y les animaba con sus graciosos chistes su rudo trabajo. Se multiplicaba de un modo asombroso y así, sin parar un momento, se le veía el mismo día montado en su mula por la mañana, o en la cantera al mediodía, o en el tajo de arena y en la tarde en el cementerio, o en el propio trabajo de él.

Fue así como terminó la obra del cementerio (hoy casi abandonado) en el brevísimo tiempo de dieciséis meses; pues el 4 de noviembre de 1878 fue bendecida por el entonces Delegado Apostólico, Monseñor don Luis Busechetir, quien, en su visita anterior a esta Parroquia, había ofrecido al Sr. García venir a bendecirla.

Para dicho acto y recibimiento del ilustre Arzobispo, preparó una solemne fiesta y recepción. Y así, obedeciendo todos los vecinos, ejecutaron todo cuanto él dispuso.

Todas las casas del pueblo fueron blanqueadas y adornadas con flores naturales, que lucían, además, hasta la bandera nacional. Más de 1500 metros de calle real; es decir, hasta la casa de don Trinidad Zumbado, última del Distrito, se encontraban adornados con follajes y arcos con inscripciones de trecho en trecho y, hasta allí al Cementerio, donde impartió, en medio del pueblo que estaba delirante de alegría, la solemne bendición y consagró el lugar donde descansan en la paz del Señor, y casi la totalidad de los vecinos que existieron en aquella fecha.

En el tiempo que transcurrió hasta el 7 de diciembre, se empleó en preparar una diversión al pueblo honesto y moral, así, ese día nos regaló con la preciosa comedia de Moliére: El Medico a Palos y con varios otros números de su propio ingenio.

Estos trabajos, como sé, fueron ejecutados durante la segunda administración: de 1879 a 1883, la parroquia del Presbítero Pedro Madrigal. El 10 de junio de 1883 fue encontrada.

Por tercera vez, fue el cura García quien tomó posesión de la Parroquia el 12 del mismo mes y, en esta misma semana, emprendió la construcción de la actual fachada de la Iglesia¹, con la misma infatigable constancia anterior, de modo que en enero de 1885 quedó terminada.

Bueno es recordar aquí los nombres de los principales colaboradores del Presbítero García y con quienes él contaba incondicionalmente, tanto en su persona, como con sus bienes.

He aquí los nombres de los que conocí y me acuerdo:

Manuel del Pilar Zumbado e hijos, Heriberto González e hijos, Juan A. Echeverri, Baltasar Zumbado, Familia de Miguel González, Emeterio González e hijos, Pascual González, Guadalupe y Timoteo Zumbado, Esteban Murillo, Bonifacio Cháves, Carlos José Manuel, José Rodríguez y José Ana Rodríguez de la Ribera; Cayetano Arroyo, Manuel Soto, Joaquín y Carlos Hernández, Florencio Villalobos e Isidro y Jesús Herrera de San Rafael.

En junio de 1884, un domingo, subió al púlpito el cura García y, en su plática dominical, hizo ver al pueblo la necesidad imperiosa que había de comprar un órgano para el servicio de la Iglesia, pues el armonio que hasta entonces había suplido la deficiencia del órgano, ya no era apropiado para el servicio religioso.

Pero agregó que todos los trabajos que se habían llevado a cabo y en los que todos los hombres habían trabajado y con tanta buena voluntad, no era justo recargársele con más contribuciones y, así, pensándolo él, había dispuesto que ese instrumento, que iba a pedir a Alemania, debían pagarlo las mujeres. Así que para recoger el dinero que se necesitaba (me parece que era $1 800) se celebrarían tres turnos, uno en cada barrio, el 7, 14 y 21 de diciembre de ese año de 1884, para lo cual daba a todas las mujeres seis meses de plazo con el fin de que, durante ese tiempo, economizaran diez pesos, que era la limosna que exigía. Esta debía llevar a cabo cada una a su respectivo turno y que confiaba en que ninguna faltaría. Esa misma semana iba pedir el órgano a Europa, como en efecto lo hizo. En los días señalados se celebraron los primeros turnos; éstos fueron grandes fiestas para el pueblo y en las que recogieron el dinero suficiente para pagar dicho instrumento.

El 6 de enero de 1885 celebró una fiesta espléndida. A la cabeza de todo el pueblo, el cura fue a encontrar a las arrieras que con enormes cajas conducían el instrumento desde Puntarenas, pues entonces no había línea férrea. Los nombres de los vecinos que voluntariamente y con propios bueyes fueron a traerlo son los siguientes: don Esteban Murillo, don Félix Moya, don Vicente González, don Valentín Venegas y don Jesús Venegas.

¹Esta fachada fue destruida y reemplazada por la actual en la década de los cuarenta del siglo pasado.

 

*El autor fue vecino de toda la vida de San Antonio de Belén, fue además Jefe Político (antigua denominación de la figura de Alcalde) de Belén. Los relatos narrados provienen de un cuaderno de apuntes redactado en 1924, que el autor regaló a su hijo Ricardo ‘’Ricardito’’ González y que varias décadas después fueron transcritas para su publicación por Benedicto Zumbado Z. La mayoría de relatos provienen de los abuelos del autor, Niberato González y Concepción Moya, quienes a su vez el autor explica que eran nietos de los fundadores del pueblo.

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