marzo 29, 2024

Ángel Zamora

Llamado el primer poeta moderno, nació en el campo, en la isla de Long Island, cerca de la ciudad de Nueva York. Su padre era campesino y de vez en cuando trabajaba como carpintero. Sus padres de descendencia inglesa y holandesa, eran sólidos cuáqueros, secta religiosa famosa por énfasis en la modestia, el trabajo y en el concepto de la relación directa entre el hombre y Dios.

El muchacho Walt estudió solamente cinco años en la escuela pública y luego empezó a trabajar como periodista, oficio que continuó casi toda su vida. Entre algunos de sus primeros trabajos fue redactor del periódico “el Águila de Brooklyn” y “El hombre libre”, fue aprendiz de impresor y maestro en varias escuelas rurales sin trascender aun en la poesía.

Entre los años 1848 y 1855 después de un viaje a Nueva Orleans, donde fungió como redactor del periódico Media Luna y otras ricas experiencias regresa a su amada Brooklyn a vivir con sus padres escribiendo poesía y trabajando eventualmente como carpintero, se decía que algún amor le había roto el corazón por su aparente depresión, pero al leer sus visiones nos damos cuenta que fueron los sentimientos atesorados de sus viajes por los Estados Unidos lo que despertó al Poeta mayor.

Cualquiera que haya sido la causa, Walt Whitman se convirtió en una persona, como lo expresa el crítico Mark Van Doren “que entendía hablar como la reencarnación de Adán”

El 4 de julio, día de la independencia de Estados Unidos sale al mundo la primera edición de “Hojas de hierba” pagada por el mismo autor y con poca aceptación popular pero bien acogida por los especialistas de la época como el inglés Ralph Waldo Emerson que lo considera el más grande aporte de poesía a su país, la cual Whitman continúa trabajando y madurando durante toda su vida.

Con nueva motivación reanuda su labor periodística ahora de forma independiente en su pueblo.

Después de estallar la guerra civil de secesión (1861-1865), cuando los estados del sur se declaran independientes de la Unión para poder mantener sus costumbres de esclavitud y latifundio, Walt se traslada a Washington para cuidar a su hermano George, quien había sido herido en una batalla en el estado de Virginia. Walt se queda en Washington como enfermero dedicándose a visitar los varios hospitales de la capital a donde son llevados día tras día miles de hombres, la mayoría entre 15 y 22 años heridos en las sagrientas batallas de la guerra civil, estas impresiones las podemos leer en la mejor obra en prosa que escribió “Specimen days” (Días especímenes), también trabaja en varias oficinas del gobierno y publicando dos ediciones más de “Hojas de Hierba”

En 1873 a los 54 años sufre una parálisis de la que no se recupera totalmente y es trasladado a la casa de su hermano George en Camden, en 1881 su obra es publicada por la editorial McKay, con gran acogida, publica y lo que le permite comprar una casa en la calle Mickle en Candem, Nueva Yersey. A esta casita vienen a visitarlo admiradores de todas partes del mundo.

Soy el maestro de los atletas,

quien expande su pecho más que el mío, prueba la expansión de mi pecho,

quien aprenda a destruir con mi estilo a su maestro será quien honre mi estilo,

el muchacho a quien amo no se hará hombre en virtud de fuerzas ajenas, sino por su propio derecho,

la conformidad y el temor le harán malvado antes que virtuoso, amará a su novia,

comerá su pan saboreándolo, el amor no correspondido y el desdén le herirán más profundamente que las cuchilladas de acero,

será el primero en domar caballos, en pelear, en dar en el blanco, en gobernar un esquife, en cantar o en tañer el banjo;

preferirá las cicatrices, las barbas hirsutas y los rostros picados de viruela a los rostros limpios y afeitados, y los rostros curtidos del Sol a los que se resguardan de el.

Enseño a los hombres a que se aparten de mi, pero ¿Quién puede apartarse de mi? A ti quien quiera que seas te seguiré desde esta hora, mis palabras resonarán en tus oídos hasta que las comprendas.

No digo estas cosas a cambio de un dólar, ni para matar el tiempo mientras espero el bote (eres tu quien habla por mi boca, tu lengua inmóvil cobra en mi agilidad).

Juro que no volveré a nombrar el Amor o la Muerte en ninguna casa,

y juro que nunca confiaré a nadie lo que siento sino al hombre o mujer que vivan conmigo al aire libre, si quieres entenderme sube a las alturas o baja a las orillas del mar, este mosquito es una explicación

y una gota de agua o el vaivén de las olas una clave; el mazo, el remo, la sierra secundan mis palabras,

en ninguna habitación cerrada, en ninguna escuela puedo expresarme,

me expreso mejor con los ignorantes y con los niños, el joven artesano me pertenece y me conoce bien, el leñador que se lleva su hacha y su cántaro me lleva consigo todo el día, el mozo de la granja que ara el campo se alegra al oír mi voz.

En los navíos que navegan, navegan mis palabras, me voy con los pescadores y con los marinos y los amo, son míos el soldado que acampa  el soldado que marcha, en la noche víspera de la batalla muchos me llaman y yo acudo, y en aquella noche solemne (que puede ser la última), los que me conocen me llaman.

Rozo con mi rostro el rostro del cazador que se acuesta solo y se cubre con sus mantas, el carretero que piensa en mi no siente las sacudidas de su carro, la madre joven y la madre anciana me comprenden, la muchacha y la esposa interrumpen un momento su costura y olvidan donde se encuentran, ellas y todos quieren meditar en lo que les he dicho.

He dicho que el alma no vale más que el cuerpo, y he dicho que el cuerpo no vale mas que el alma, y que nada, ni Dios, es más grande que uno mismo, y quien camina una legua sin amor, camina a su propio entierro envuelto en su sudario, y tu y yo que no tenemos ni un céntimo, podemos comprar todo lo mas preciado de la tierra, y el destello de unos ojos o el guisante en su vaina confunden a la sabiduría de todas las épocas, y no hay oficio ni ocupación en los cuales el joven que lo sigue no pueda ser un héroe, y no hay objeto tan blando que no pueda ser el eje de las ruedas del Universo, y digo a cualquier hombre o mujer: Deja que tu alma permanezca fría y serena ante los Universos, y digo a la humanidad: no hagas preguntas sobre Dios (no hay palabras que puedan expresar mi placidez y mi serenidad ante Dios y la muerte) escucho y veo a Dios en todos los objetos pero no le comprendo, ni comprendo que pueda existir alguien mas admirable que yo, ¿Por qué habría yo de desear ver a Dios mejor de lo que lo veo en este día? Si veo algo de Dios en cada hora y en cada instante del día, si veo a Dios en el rostro de los hombres y de las mujeres y en mi propio rostro en el espejo, si encuentro cartas de Dios en la calle y todas llevan la firma de Dios y las dejo allí donde las encuentro, pues sé que donde quiera que yo vaya llegarán con puntualidad otras eternamente.

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